Contigo aprendí, Armando, a conocer nuevas ilusiones, a saber que la semana tiene más de siete días y a ver la luz al otro lado de la luna. Contigo, y contigo siempre, supe que se renace con cada amor y que los besos pueden ser tan dulces y profundos que después de ellos puedo irme mañana mismo de este mundo. También aprendí que cuando despides un gran amor, sigue siendo mío, aunque con otra contemple la noche o le liguen otros brazos. Y que mientras esta tarde vea llover y miren mis ojos otros luceros u otros otoños, tú, querido mío, ya no estás… Supe entonces –como ahora- que adoro la calle en que nos vimos, las cosas que aún me dices, nuestros pequeños ratos felices, cuando sonríes o me riñes. Supe que amo cuando suspiras y me miras.
Con Armando Manzanero bolereamos muchas generaciones, hasta las de hoy. Por ello cuando hace poco declaró que “soy un señor de otro tiempo pero que me gusta estar en éste” no lo hizo en vano pues en el último homenaje en los premios Billboard 2020, cantaron sus más bellas canciones Pablo Alborán, Jesús Navarro, Joy y Luis Fonsi. Comprendí cuánto extrañamos el amor y al amado cuando lo interpretaron Ricardo Montaner y Manzanero.
Lo conocí en Quito a mi diecisiete años. Su trémula voz, sus sencillas palabras al oído, su sonrisa delicada y pícara nos entregaron a los brazos de nuestros amados propios. Lo volví a ver, y a hablar con él en un vuelo a México, sencillo y siempre alegre. Supe, como ahora, que vivía para amar y comer, que la comida no podía fallar porque fallaba el día; que el chile en nogada se debía hacer entre julio y septiembre cuando la nuez aún estaba tierna y que los 36 ingredientes del mole eran imprescindibles.
Aprendí desde los conmovedores días del 68, que “Ser novios” se podía cantar en español, que aunque los Beatles y los que siguieron inundaran nuestros oídos de música gringa, en el fondo de nuestras latinas almas enamoradas de la vida y del amor, no desplazarían lo que nos quedaba de nuestras propias tradiciones y sentires. Que estaríamos dichosamente condenados a amar en nuestro propio lenguaje y con nuestras propias palabras. Por ello, Latinoamérica te dice adiós Manzareno, porque más allá de tu tierra natal y al igual que Julio Jaramillo, nos perteneces a todos. Porque has sabido envejecer traspasando generaciones, cabalgando sobre el amor, la pérdida, la soledad, la tristeza, la dicha y la pasión. Todo aquello que ahora en estos momentos de confinamiento mundial valoramos más que nunca. Por ello volveré a beber sorbo a sorbo tu mirada y no olvidaré, Armando, que las semanas son ahora solo días y noches, aunque los otoños vuelvan para recordarnos que (a pesar de todo) seremos siempre nuevos frente al amor. Te quedas en nosotros como cuando aquellos años…