Empiezo a escribir y no puedo continuar. Se me encoge el alma y un nudo se forma en mi garganta…Empiezo de nuevo. Doy vueltas a mi mente y al cuarto. Abro la tablet. La cierro. No quiero fallarle a EL COMERCIO la gentileza que tuvo conmigo a invitarme como columnista cada mes. Pero este artículo se niega a salir, y si no es sobre este tema, no escribo.
Se trata de Guayaquil. Se me parte el alma cada día cuando leo las noticias. Esta tragedia griega que se ha encarnizado con esta ciudad, y que no merece tanto sufrimiento. Llamo a mis amigas… Me cuentan que esta ola de muerte se presentó sin avisar, como esos tornados que de pronto arrasan con casas y familias enteras… Que todo coincidió con la llegada del verano, la alegría del reencuentro con seres queridos que habían llegado de otros países para abrazarse y celebrar el regreso…. mientras las nubes negras de la desolación iniciaban también su cosecha mortal…
Tengo con Guayaquil una relación extraña. De muerte y vida, de odio y amor, de soledad y alegrías. Una relación profunda, como una huella marcada con fuego en la piel y en el alma.
En Guayaquil, en un sórdido hotel, se suicidó Domingo Dominguín, ese ser extraordinario y único con el que compartí los cinco años más felices e importantes de mi vida…. Un domingo 12 de octubre, día de “la raza”… Era el empresario de una feria taurina organizada con las uñas, escaso presupuesto, en una plaza improvisada.
Ese domingo la corrida era de ocho toros… me prometió llegar al quinto toro porque quería descansar…
Jamás llegó, encontramos su cuerpo roto por una bala en el corazón…Esa noche la pase en la cárcel en medio de preguntas obscenas y amenazas. Vi mi foto publicada en la página roja al día siguiente…Carlos Mantilla Hurtado y Norma Plaza García me liberaron y regresé a Quito… No quise ver el cadáver…
Después de muchos años regresé a Guayaquil, una ciudad transformada, bella, limpia, radiante de vida y alegría. Me invitaron a presentar mi libro sobre mi drogadicción y alcoholismo. Conocí amigos que todavía están en mi corazón. Recibí aplausos y cariño. La pesadilla había quedado atrás.
Por esos lazos tan fuertes, se me encoge el alma y siento en carne propia el dolor de Guayaquil, esa ciudad que considero parte de mi vida…esa ciudad, que en estos instantes me hace llorar.
No soy capaz de continuar… sólo quiero enviarles un mensaje de amor y solidaridad.
Fuerza Guayaquil… Renacerás de nuevo como el Ave Fenix… y, volverás a volar alto de nuevo, brillante como el sol.