Diego Araujo Sánchez
Asdrúbal, maestro de la caricatura
El diputado Mauricio Villamar aparece algo encorvado y sudando la gota gruesa: lleva en sus manos la notificación de censura y destitución por parte de la Asamblea Nacional, que adoptó esa resolución pocos días antes de terminar sus días legislativos de tan poco honroso recuerdo. El dilema que el asambleísta se plantea es “si será de devolver el carné” de discapacidad… En otro dibujo, cuando una voz anuncia “¡Guadalupe Llori presidenta de la Asamblea”, un Rafael Correa de ceño fruncido se halla en posición de lanzarse a un abismo mientas revolotean dos aves carroñeras en el sepulcro del populismo. Son dos recientes caricaturas de Asdrúbal que retengo en mi memoria.
Asdrúbal de la Torre empezó como caricaturista en 1951 mientras seguía sus estudios de medicina en la Universidad Central; con excepción de los lapsos de servicio público como director de Ciespal, concejal y vicealcalde Quito y ministro de Salud, no ha dejado de comentar por décadas la actualidad nacional a través de sus caricaturas: de 1952 a 1976 en EL COMERCIO; de 1986 a junio de 2014 en Hoy.
Tuve el privilegio de trabajar cerca de Asdrúbal. Por mucho tiempo me comuniqué diariamente con él para pedirle el dibujo que se publicaría en la columna de Análisis de Hoy que, además de su caricatura principal, mantuvo en ese diario en las páginas editoriales. Los temas más difíciles los resolvía siempre con enorme creatividad, ingenio y humor. El de Asdrúbal es un humor sin amargura: incisivo, con la necesaria dosis de irreverencia y carga irónica, pero sin resentimientos ni malevolencia. Es como el humor cervantino: profundo, regocijante, transparente, alegre, con una equilibrada comprensión de las flaquezas humanas… y de no pocas gorduras… Quizás la profesión médica ha determinado su actitud empática: con el bisturí del humor no agranda las heridas, sino busca curarlas.
El lenguaje de la caricatura se acerca al de la poesía en su capacidad de sugerencia y síntesis. La exageración, la deformación de los rasgos o el esperpento iluminan zonas de la realidad a las que no se puede llegar con el lenguaje común y corriente, ni con los signos convencionales que la copian o tratan de representarla en imitación fotográfica. Los espejos cóncavos de lo cómico y la ironía descubren rostros que las personas y sociedades pretenden ocultar. Por ello los miedos e intolerancia de los poderes de turno hacia el humor y la caricatura.
Quizás por temor a la naturaleza circunstancial del acontecer político y la vinculación con la efímera actualidad, Asdrúbal no ha recogido en un libro por lo menos una selección de sus dibujos. Es una obra que hace falta. Sería una importante memoria gráfica de la historia y la sociedad ecuatoriana registradas en casi una treintena de gobiernos por el lápiz de este gran maestro de la caricatura.