Sobre las protestas, el intento golpista del correísmo y la tensión que vivió Ecuador en los últimos días, corrieron ríos de tinta y versiones contrastantes, donde abundaron epítetos como asesinos, violentos, miserables, golpistas, torturadores, sediciosos y muchos más. Celebremos su fin, aunque la crisis podría volver. Tenemos abundante leña seca para incendiarnos cada cierto tiempo.
Esa leña se cosecha en una débil institucionalidad, desconfianza en la democracia, abismos económicos, diferencias sociales y racismo. Además, en una ciudadanía poco participativa e informada de sus derechos, deberes y límites, lo que facilita la tarea de líderes falsos y la venta de realidades paralelas. La inequidad y la injusticia social son combustibles potentes. Recordemos que los indígenas tienen en promedio tres años menos de educación que el resto de ecuatorianos, 88% de ellos no satisface todas sus necesidades básicas y sólo 18% accede a agua entubada. A su pobreza se agrega el racismo. Según una encuesta del INE, 65% de los ecuatorianos reconoce que existe y se ejerce. Pero no solo los indígenas, que suman alrededor de un millón de personas, son pobres. En todo el país, 24,5 % de la población cuenta con ingresos diarios menores a 3 dólares y 9 % vive con 1,5 dólares por día. Ciertamente la situación ha mejorado e incluso ha bajado la desigualdad en las últimas décadas, pero sigue siendo parte de nuestra leña seca.
En el período correísta se multiplicó ese combustible, no sólo por el derroche de recursos, endeudamiento y corrupción, sino por haber azuzando los odios sociales, mermando así nuestros espacios de entendimiento.
Con nuestro afán de dictar Constituciones -20 en nuestra vida republicana- y re inaugurar el país cada cambio de gobierno, en los últimos años pasamos de una gestión populista que vendió un discurso binario de buenos y malos a otra que habla de entendimiento y progreso pero sin liderazgo, comunicación y con zonas oscuras.
Nos falta un buen trecho para tener fortaleza institucional y mantenernos sobre una senda de consensos básicos. El norte declarativo de todos es el desarrollo, pero cada uno lo interpreta, aprovecha o entiendo a su modo.
En nuestra última crisis, los grupos indígenas, que no son mayoría ni representan a todos, pero sí que presionan, fueron protagonistas. Conscientes o no, auparon la intentona golpista y fueron víctimas y victimarios. Quedaron impunes de secuestrar a autoridades, policías, militares y periodistas, y lo mismo pasó con policías poco profesionales que a momentos los reprimieron con saña injustificada.
Nos falta mucho para dar un salto hacia un estadio de desarrollo certero. El único camino viable es desmontar la leña seca, olvidarnos de los atajos, trabajar sobre nuestras diferencias y educarnos en la vida de una democracia en construcción sin fin. Sólo así legaremos un mejor país. Si no sucede, la siguiente crisis está a la vista.