Tomo prestado por un momento el título de una de las mejores novelas escritas por el escritor sudafricano J. M. Coetzee, premio Nobel de literatura 2003, para resumir lo que le ha sucedido al Ecuador durante el 2016.
Ha sido éste un mal año, sin duda, empezando por el terremoto de abril que arrasó varias ciudades de la costa del país, y dejó un reguero de muerte y desolación que no se había visto hace mucho tiempo. Durante los meses siguientes las réplicas han seguido castigando a la poblaciones de Esmeraldas y Manabí, ensañándose con los más vulnerables, haciendo insufrible su existencia que, sin tragedia de por medio, ya resultaba difícil. Y, sin embargo, la gente sigue luchando a pesar de la maldición permanente que parece haberles caído, a pesar del abandono que padecen, a pesar de las promesas que arrecian en tiempos electorales, pero que, en la práctica, jamás se cumplen.
Ha sido un mal año también en el campo político, infestado por la peste de la corrupción, alterado por escándalos y vergüenzas; manchado por la incompetencia e improvisación; deformado por la ausencia de fiscalización, por la férrea concentración del poder, por la desordenada oposición y por la rampante sumisión.
Ha sido un mal año para la economía, un año plagado de quiebras, despidos, cierres de negocios, caída de ingresos e incremento desmedido de deudas y cargas impositivas. Las cifras, aunque se las maquille y se las tuerza, muestran índices de desempleo escalofriantes. La falta de liquidez también es preocupante; y el futuro inmediato, con ajustes severos a la vista, resulta desalentador.
Ha sido un pésimo año en materia legislativa. Las leyes que se han aprobado, en su gran mayoría, son asfixiantes y perjudiciales para las actividades productivas. A las reformas legales que incrementaron desmesuradamente impuestos y contribuciones especiales, se les sumó también la ley de plusvalía, claramente confiscatoria; la ley de “fortalecimiento” de los regímenes especiales de seguridad social en Fuerzas Armadas y Policía Nacional, que en realidad los debilita y los pone en riesgo; la ley que pretende regular a las compañías privadas de medicina prepagada del país, que incrementa los costos para los usuarios y desincentiva la competencia empresarial; y, la nueva ley limitativa y restrictiva de los derechos de propiedad intelectual, denominada, irónicamente, código de ingenios. A estas leyes que afectan de forma directa la inversión, se le sumó además el vergonzoso homenaje que hizo la Asamblea a Cristina Fernández de Kirchner, dueña de una dudosa y exorbitante fortuna de varias centenas de millones de dólares, recientemente embargada por orden judicial en su país.
En fin, ha sido éste un año de altercados, acusaciones, enjuiciamientos, descubrimientos, apresamientos, embargos, parodias, persecuciones, un año opresivo que, entre las pocas cosas buenas que nos dejó, fue la visita de Coetzee, autor de la novela que pone el título a este 2016.