En cuatro años, la población del Ecuador creció en un millón de habitantes. Y en el mismo período, el empleo creció en una cantidad similar. Hasta ahí, todo bien. El problema es que entre lo uno y lo otro hay toda una revolución ciudadana capaz de crear empleos de mala calidad, incluso después de la mayor bonanza económica de la historia ecuatoriana.
Según datos del INEC, entre junio 2014 y junio 2018, la población ecuatoriana creció en 1’027.057 personas, mientras que en el mismo período se crearon 1’005.315 empleos. Por cierto, la población económicamente activa (los que tienen empleo o lo están buscando) creció en un número similar. Todo sonaría muy bien hasta ahí, pero el problema es la evolución del empleo que llevó a este aumento cercano al millón.
Porque, en números redondos, en los cuatro años en cuestión, el empleo “no adecuado” creció en 1’300.000 (si, creció en más que el empleo total). Eso significa que para que las cifras cuadren, el empleo “adecuado” cayó en 300.000 personas.
El Ecuador tiene hoy un millón más de personas, pero tiene 300 mil empleos adecuados menos de los que tenía hace cuatro años. Eso no es “progreso”, ni “desarrollo”, ni “sumag causay” ni nada positivo. Es involución. Es dañar la matriz productiva.
¿Cómo se logra eso, después de haber tenido el mayor boom petrolero de la historia? Para responderlo revisemos la definición del empleo “no adecuado”, que es, básicamente, empleo mal pagado. O sea, el Ecuador está generando empleo abundante, pero mal remunerado que, en muchos casos, puede ser empleo informal, a medio tiempo, pequeños emprendimientos, etc.
Y eso, la generación de una economía incapaz de pagar bien a su fuerza de trabajo es el resultado de 11 años de un gobierno que se dedicó a tratar mal a sus empresas y a sus empresarios, que vio con malos ojos a cualquiera que hacía negocios, que permitió un montón de negociados, que desincentivó la inversión productiva y que creó una generación entera de burócratas dorados, de tecnócratas a los que convenció que mientras más desconfiaran del sector privado, mientras más controles y más impuestos le clavaran, era mejor.
Y el país perdió toda una generación de cerebros que, en lugar de aprender a crear riqueza, fueron entrenados para destruirla. Y algunos, a robarla.
Entonces, con la matriz productiva dañada, tenemos muchas empresas donde los empleados producen poco y a los cuales, por lo tanto, no hay cómo pagarles mucho. Y en un ambiente tan viciado, quienes se ponen a trabajar por su propia cuenta, no logran generar ingresos aceptables.
El país no se va a cambiar con revoluciones, si no con inversiones, y con una generación de empresarios sin pasado de burócratas.