La nueva Comisión Europea parece más un experimento para equilibrar fuerzas opuestas que una institución que debe ser dirigida con algún tipo de gobernanza. Probablemente Europa acabará por verse paralizada por conflictos internos, que es lo último que necesita.
Durante la Presidencia de José Manuel Durão Barroso (2004-2014), la Comisión, el órgano ejecutivo de la Unión Europea (UE), se fue haciendo cada vez más marginal en el ámbito internacional, empantanada por la división interna entre el norte y el sur del bloque. Vamos a regresar a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), hace casi cuatro siglos, entre católicos y protestantes. Los católicos son considerados despreocupados derrochadores, mientras hay un enfoque moral de la economía desde el lado protestante. Alemania, por ejemplo, ha transformado la deuda en un “pecado” financiero.
La gran mayoría de sus ciudadanos apoyan la postura irreductible de su Gobierno, de que el sacrificio fiscal es el único camino a la salvación y que la desaceleración económica que se avecina solo fortalecerá ese sentimiento. Como resultado, el manejo interno de la crisis de gobernabilidad de la UE en gran parte ha empujado a Europa hacia las líneas marginales del mundo. No se entiende qué interés puede tener Europa en empujar a Rusia a una alianza estructural con China y, en un momento tan frágil, imponerse a sí misma pérdidas en el comercio e inversiones con Moscú que podrían llegar a USD 50 000 millones el próximo año.
La prestigiosa revista Foreign Affairs -la biblia de la élite de Estados Unidos- publicó un artículo largo y detallado del académico John J. Mearsheimer, titulado “Por qué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente”, que documenta cómo la invitación a Ucrania para unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), fue el último de una serie de pasos hostiles, que empujó el presidente ruso, Vladimir Putin, a detener un claro proceso de intrusión.
Mearsheimer duda de que todo esto responda a los intereses a largo plazo de Estados Unidos, y se pregunta por qué Europa lo secunda.
Un buen ejemplo es cómo los estados de Europa (con la excepción de los países del norte), han ido recortando sus presupuestos de cooperación internacional. No solo España, Italia y Portugal -y por supuesto Grecia- eliminaron prácticamente sus presupuestos de ayuda oficial al desarrollo, también Austria, Bélgica y Francia siguieron ese ejemplo. Mientras, China viene invirtiendo fuertemente en África, América Latina y, por supuesto, en Asia.
El mejor ejemplo de la incapacidad de la UE para estar en sintonía con la realidad es el último corte en el programa Erasmus, que envía decenas de miles de estudiantes cada año a otros países europeos. ¿Se pasó por alto que un millón de niños nacieron de parejas que se conocieron gracias a esas becas y que el programa se corta en un momento en que los partidos antieuropeos están surgiendo en todas partes?