Estamos más explosivos y polarizados, particularmente en el ámbito político. Nuestro mal genio se manifiesta en oficinas, aulas, calles y redes sociales. En estas es más fuerte, circula más veneno. Los mayores animadores son los “trolls”, asalariados anónimos que insultan y amedrentan a la disidencia y a la crítica. Los “intelectuales oficiales” son parte del coro.
Nos creemos poseedores de la verdad, subestimamos las ideas del otro, descalificamos y difamamos con una facilidad increíble. Nadie es merecedor de respeto. Y lo peor es que no nos damos cuenta. Consideramos que este comportamiento es normal, que está bien, que es parte de la lucha política, ya que es avalada y promovida desde el poder.
En efecto, desde allí, desde hace varios años se ha instalado una maquinaria y una pedagogía de permanente confrontación y burla. Si esto hace el poder, pues yo, militante o no, gobiernista o no, me siento autorizado para actuar de la misma manera, o incluso peor.
Hay una escalada de la violencia. Se ha acrecentado el fanatismo junto al cinismo. Se reducen los espacios de diálogo y se deteriora la institucionalidad. El descrédito de algunos organismos estatales es alarmante. La vía democrática se estrecha. La tolerancia, las libertades y el pluralismo declinan.
Sin embargo, por fortuna, todavía no llegamos a enfrentamientos armados. No se producen asesinatos físicos, aunque son más frecuentes los asesinatos simbólicos. Nos queda algo de cordura, evitamos las reuniones y la discusión política con los amigos o compañeros de ideales de ayer, para no llegar a las manos.
Lamentablemente, en muchos lados del orbe el fundamentalismo pasa la raya. En las últimas semanas los ejemplos son dramáticos. La lluvia de balas israelíes en la Franja de Gaza, la macabra desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en México y, hace horas, el asesinato brutal de los periodistas de la Revista Charlie Hebdo en París.
La respuesta a la brutalidad no es más violencia. No es xenofobia ni lucha religiosa. Es frenar al violento a través de la recuperación de la tolerancia, el respeto y el diálogo como mecanismos de resolución de conflictos y de convivencia pacífica. Es hora de retomar al pensador francés Voltaire que en el siglo XVIII decía: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”… “¿qué es la tolerancia? Es la panacea de la humanidad.
Todos los hombres estamos llenos de flaquezas y errores y debemos perdonarnos recíprocamente, pues esta es la primera ley de la naturaleza.”
Hoy, en nuestra realidad, luchar por la democracia, la libertad de expresión y la irreverencia, es hacer un homenaje a los mártires de Charlie Hebdo, levantando la solidaridad activa por nuestros caricaturistas Bonil y Roque, muy atacados por la intolerancia.