De conversaciones con autoridades universitarias y decanos de facultades de periodismo y comunicación en las últimas semanas, extraigo una conclusión poco halagüeña pero lógica: en el ámbito universitario local, la profesión pasó a ser mal percibida socialmente. Incluso hay padres y alumnos que la consideran riesgosa, no precisamente como lo es en países donde el crimen organizado arremete contra prensa y periodistas, sino en el sentido de desacreditada, mal vista y perseguida.
De la visión hollywoodense de la profesión glamorosa -inexacta, por cierto, pues la prensa siempre ha sido incómoda para el poder- pasamos a una en la que, no solo en el discurso sino en los hechos, el Estado maniató al periodismo independiente con la Ley y su reglamento y lo vilipendió.
Ese costo no habría sido justificable ni siquiera en el caso de que el periodismo ‘público’ hubiese florecido, peor aun cuando lo único que hemos visto de modo reiterativo, salvo un puñado de excepciones, es un gran despliegue propagandístico y un dispendio de recursos económicos y humanos, sumados a la ventaja de contar con el acceso a las fuentes oficiales de información, que se cerraron para los medios independientes.
Que propagandismo no rima con periodismo lo entendieron claramente quienes, con buena intención o por necesidad, entraron a engrosar la nómina de los llamados medios y agencias públicas. Otros lo sabían desde antes, pues esperaban aprovechar los privilegios temporales del poder, excepto algún trasnochado que se anotó tarde al reparto. Nada más lejano al ennoblecimiento del oficio que cuando se ejerce de ese modo. Nada que merezca un reconocimiento nacional o internacional. Nada más lejano al orgullo personal e institucional que proviene del legítimo interés de buscar la verdad, de elaborar información útil y que ayude a tomar decisiones, que dé un sentido de pertenencia.
Lo importante es saber qué piensan hacer los potenciales nuevos gobernantes con el sistema regulatorio que ha inhibido la libertad de expresión, así como con los medios que han servido para presentar una realidad que interesaba al poder. ¿Harán la vista gorda frente a un esquema que pudiera beneficiarlos, o realmente cambiarán las reglas de juego?
Las coincidencias no existen. Es fácil constatar que el autoritarismo es inversamente proporcional a la libertad de expresión. Después de todo el daño que causó el chavismo a los medios privados en Venezuela, hace poco Maduro se declaró dispuesto a aplicar la receta de Erdogan en Turquía. Donald Trump no vacilaría en poner un dogal a los medios si estuviera en sus manos hacerlo. Pero la necesidad de respuestas de una sociedad es algo básico como la respiración, no se acaba por decreto. Los estudiantes, dicen los decanos, están volviendo a las aulas. Quizás están pensando que lo peor ya pasó. ¿Pero qué piensan realmente los precandidatos?