¿Qué pasará en el 2019? Es la pregunta más frecuente de los últimos días del año que se ha ido sin remedio y sin remediar nada. Todos quisiéramos poder acudir al brujo de la aldea; ya no queremos nada del pasado, ni siquiera explicaciones, lo que queremos es adivinar el futuro.
Hay dos problemas a resolver antes de hacer la pregunta sobre el futuro. El primero es que no tenemos a quién preguntar porque los brujos no existen y la segunda es que ni siquiera sabemos lo que es el futuro. Jorge Luis Borges nos descubrió con su habitual clarividencia que “el futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”.
Esta visión del futuro como una construcción nuestra, individual y colectiva, es contrapuesta a la idea del futuro como decisión de los dioses o el destino que se acepta con resignación. En el 2019 tendremos elecciones y los resultados no serán producto del azar sino una construcción colectiva de nosotros como electores.
¿Quién ganará? Se pregunta la gente como si los resultados fuesen impuestos por alguien. Los resultados deberían ser construidos mediante la elección estudiada de cada ciudadano y la promoción de esa decisión entre los demás ciudadanos. Si así fuese la campaña, si lo importante fuese el estudio de los problemas y sus posibles soluciones, entonces los resultados fueran aceptados como nuestros, de todos, y nos hiciéramos responsables de ellos. No hay sanidad democrática cuando un funcionario es elegido con respaldo mayoritario para dejarlo poco después huérfano y rechazado como o una desgracia del destino.
Los ciudadanos se forman ideas desesperadas respecto de temas como la crisis económica o la corrupción. Se siente engañada por los políticos que ofrecen soluciones que no tienen o no quieren aplicar. Esas opiniones negativas y generalizadas como la de que todos son iguales o que no hay remedio para los problemas, conduce a soluciones evasivas o corrosivas.
Un expresidente ecuatoriano decía, con humor negro, que el problema nacional se resuelve con diez entierros de primera. Otros pretenden resolver el problema eligiendo a los peores, como castigo a los políticos. Por todas partes, los electores desesperados eligen a los extremistas, iluminados, demagogos, vanidosos, megalómanos, sin advertir que se trata de un autocastigo, una suerte de masoquismo político que solo hace daño a las sociedades.
Solo tendremos un mes de campaña para decidir quién es el candidato más capaz para cada función pública. Es una tarea muy difícil porque tenemos centenares de movimientos que carecen de ideas y programas, que no conocen los problemas ni presentan soluciones. Creen, y muchos electores también, que la fama como artistas o deportistas es suficiente o que aplicando las reglas populistas de engañar a la gente apelando a sus sentimientos habilita para una función pública. Que nos digan cuáles son los problemas y cómo van a resolverlos, para eso es la campaña electoral.