La imagen decía mucho. El Presidente francés, solo, caminaba bajo la lluvia tras complicadas decisiones. En otra foto, su expresión patética contrastaba con la sonrisita del nuevo primer ministro, M. Valls. Hollande cedió todo a Valls.
Francia se encamina al “Social-liberalismo”: alguna política social con políticas del liberalismo económico. Hollande expresaba la soledad de un entierro, una derrota de las posiciones del P. Socialista y de futuras elecciones, y un cambio de época que puede ser el fin de los socialistas franceses. Valls quiere inclusive cambiar el nombre socialista del partido.
Puede ser también, el fin de una época de Francia; le tocó el turno de la “desregulación” en serio a un Estado ordenador y protector, hasta en el menor detalle, para hacer realidad el Estado de Bienestar y consolidar su economía.
El sistema funcionó por varias generaciones. La derecha quiso “neoliberalizar” a Francia, pero barreras sociales, políticas, institucionales y las mentalidades lo limitaban. Ahora, el polo que lo frenaba cambia de orientación para volver aceptable que el Estado no gaste tanto en subvención social, burocracia y que sin reducción del gasto público -que implica impuestos a las personas o a las empresas (más costos, menos ganancia)- la economía francesa no podría seguir siendo el peso pesado en Europa tras la alemana.
El social-liberalismo es así la puesta al día en las reformas “liberales” hecha por la izquierda, como en China lo hace el “comunismo” para adentrarse en un primario capitalismo, con poco Estado de Bienestar; o como en América Latina los gobiernos de izquierda reducen las políticas de equidad a simples generosos gastos de redistribución de la riqueza en servicios caros y subvenciones, paralelamente a las concesiones a la empresa, como las extractivistas. Tantos años y discursos de condena al capital para retomar su vía, y se esmeran en destruir a los contestatarios y alternativas.
Pero en sociedad, el cambio no viene con el simple corte de gastos públicos. Los socialistas franceses no han podido innovar una vía diferente, la derrota es clara. El principio de izquierda que gasto social no es contradictorio con crecimiento económico es el perdedor.
Las recetas del pasado funcionan mal para un mundo tan integrado, de diferentes economías entrelazadas con manejos diversos, que impone apertura, menos protección, y la competitividad como religión. No se puede enfrentar el mundo actual sin ver sus imperativos, pero es peor solución el resolver sus crisis reinstalando la desigualdad social.
Lo llamativo es la ausencia de alternativa de izquierda, proponer alguna diferencia no es un sistema alternativo a construir, menos aún ser simples “Papá Noel” que pretenden tomar la riqueza y redistribuirla, sin que se construya un nuevo sistema que en sí mismo sea más igualitario; un mundo alternativo desde la precariedad.
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