Cada día tomamos decisiones, grandes o pequeñas: optamos por almorzar pescado en vez de carne o decidimos hacer una inversión. Detrás de cada decisión hay, en teoría, un cálculo; una forma racional de analizar cada situación que nos permite, en última instancia, tomar el camino que nos llevará hacia el mejor resultado posible: hacia una alimentación más sana o hacia un futuro económico más sólido.
Al optar por una opción cualquiera –comer pescado en vez de carne– hacemos una predicción: que el pescado nos alimentará mejor y que nos sentiremos bien, después comerlo. El problema es que las predicciones son juicios que las personas hacemos bajo condiciones de incertidumbre. Es que las predicciones son, en realidad, simples apuestas porque nunca tenemos completa seguridad de que las cosas sucederán como nuestro análisis previo ha anticipado. Dicho de otro modo: el pescado pudo sentarnos mal o la inversión pudo ser inconveniente.
¿Cómo hacemos predicciones? Amos Tversky y Daniel Kahneman demostraron que, sorprendentemente, las personas predecimos resultados –es decir tomamos decisiones– no con base en un análisis de probabilidades, como correspondería en un escenario donde reina la incertidumbre.
Con abrumadora evidencia estadística, estos dos sicólogos israelitas –que cambiaron al mundo con sus hallazgos– demostraron que las personas tomamos grandes y pequeñas decisiones –es decir, hacemos predicciones– con base en instrumentos precarios como nuestra memoria –que es selectiva y cambia todos los días– o usando nuestros prejuicios y sentimientos. En pocas palabras, las predicciones y las decisiones que tomamos diariamente son muy poco racionales.
Traigo este tema a colación a propósito de las decisiones económicas irracionales que toma este Gobierno. Al parecer, su predicción más importante es que no podrá sostenerse en el poder si toma correctivos fiscales. Esa predicción –que debería ser confirmada con estudios estadísticos serios– le ha confinado en un cepo mental que le imposibilita tomar ninguna decisión que no sea gastar y endeudar al país.
Es obvio que esa receta sólo provocará la quiebra del Ecuador pero, aún así, las autoridades insisten en aplicarla. Tal vez una mejor forma de predecir y, por tanto, de tomar decisiones económicas, sería –siguiendo la formulación de Kahneman y Tversky– evaluar la probabilidad de ocurrencia de este escenario: que las finanzas públicas colapsen y que el Gobierno caiga, por esa razón, en manos de los lobos.
Si la probabilidad de ocurrencia de aquel escenario fuera alta, tal vez las autoridades empezarían a tomar mejores decisiones, en vez de repetir, una y otra vez, la mismas medidas que nos han traído hasta donde estamos.