Los resultados de las elecciones norteamericanas -donde el candidato ganador se llevó no solo la Presidencia sino el Congreso y el Senado a pesar de haber tenido menos votos que su contrincante- han puesto de relieve la importancia de la proporcionalidad como mecanismo para asegurar el buen funcionamiento de la democracia.
Quien reflexionó con precisión y detalle sobre este tema fue Maurice Duverger, politólogo francés a quien debemos lo que hoy se conoce como la “Hipótesis de Duverger” que puede resumirse así: en ausencia de salvaguardas que garanticen la representación proporcional, los partidos minoritarios tenderán a desaparecer y el poder se consolidará alrededor de uno o dos partidos dominantes.
¿Por qué la ausencia de proporcionalidad destruye un sistema multipartidista? ¿Cuáles son los riesgos de un régimen bipartidista?
Permítanme ensayar las siguientes respuestas: Sin un sistema de proporcionalidad, quien resulte primero en las elecciones pluripersonales se lleva todos los escaños; no importa con qué porcentaje de votos, ni a qué distancia de su inmediato competidor.
Si el primero se lleva todo, los demás morirán de inanición. El número de partidos se reducirá inevitablemente y los que sobrevivan no tendrán más opción que orbitar alrededor del partido dominante, que dictará el contenido y la forma del debate político (si es que lo hay).
La carrera de los políticos pasará a depender mucho más de su buena relación con el partido dominante y mucho menos de la calidad de su gestión pública. Para aquellos políticos, el caudillo importará más que los mismos votantes porque, en la práctica, su reelección dependerá de que aquel caudillo decida incluirlos en su lista de candidatos.
Una vez en esa lista, la reelección del político estaría prácticamente asegurada, porque su candidatura estaría respaldada por el partido dominante. El proceso de rendición de cuentas quedaría desvirtuado, porque los votantes no tendrían la última palabra en la reelección de esos políticos.
El caudillo escogería, en última instancia, a los ocupantes de las diferentes dignidades públicas. Más que en otras ocasiones, ese caudillo elegiría a los candidatos por su grado de obsecuencia y no por sus méritos personales o por su hoja de servicio público.
El régimen republicano estadounidense es todavía muy sólido como para temer que un sistema electoral sin proporcionalidad pueda echar abajo la democracia en ese país. No obstante, en países como Ecuador, donde el andamiaje institucional es frágil, el principio de la proporcionalidad es clave para proteger la endeble cultura democrática que nos cobija.
Más allá de esto, es importante no perder de vista que la democracia se basa en la alternabilidad y en la participación de todos los sectores en la vida política de un país.