Nos lo han dicho en serio: cerca de 300 organizaciones podrán participar en las próximas elecciones. De ellas, solo 21 tienen alcance nacional: son 7 partidos y 14 movimientos. Todas las demás organizaciones tienen carácter local, que a veces alcanza una provincia y otras veces se detiene en un cantón y hasta en una parroquia.
Allí está el cuadro de la realidad política del Ecuador. Visto desde la derecha (que incluye a los movimientos que se autocalifican de “izquierda s. XXI”), es un cuadro suficiente para despertar el optimismo: significa una verdadera explosión democrática, un despertar del “pueblo”. Visto desde la izquierda propiamente dicha, es un cuadro alarmante: significa que ese “pueblo” se ha despolitizado por completo porque se encuentra en la imposibilidad de pensar políticamente.
Entendámonos: pensar políticamente significa mirar la realidad desde el mirador de una doctrina y comparar la realidad con los principios. La diferencia que deriva de una tal comparación permite definir un objetivo y un programa que buscan la realización de los principios. Puesto que nunca es factible lograr que toda la sociedad piense de la misma manera, este proceso hace posible la definición de un “nosotros” frente a un “ellos”, es decir, la construcción de identidades políticas, todas dignas de respeto, todas provistas de una indiscutible legitimidad. “Ellos”, los que no piensan como “nosotros”, son nuestros adversarios, pero admitimos desde el principio que tanto “ellos” como “nosotros” buscamos lo mismo, pero por diferentes caminos: eso es la democracia liberal.
Cuando es imposible mirar la realidad desde el mirador de una doctrina, se la mira desde el mirador de los intereses. También así es posible definir objetivos, pero los programas son siempre improvisados y persiguen solamente la satisfacción de los intereses, que por su propia naturaleza son particulares o de grupo. Y como siempre es posible negociar los intereses (lo que no ocurre con los principios), aparece el pacto (que es distinto de la alianza) siempre amenazado desde su propio interior por su carácter esencialmente efímero. También en este caso pueden construirse identidades, pero se trata de identidades deleznables, maleables, “líquidas”. En ellas, un “nosotros” transitorio se enfrenta a un “ellos” que es necesariamente el que se opone a que “nosotros” alcancemos nuestros intereses. “Ellos”, por consiguiente, son nuestros enemigos. Si la satisfacción de los propios intereses es lo bueno, “nosotros” somos los “buenos” y “ellos” son los “malos”. En lugar del debate político aparece la lucha falsamente “moral” que destruye la ética social porque confunde lo bueno con la satisfacción de los particulares intereses.
Una sociedad que multiplica las organizaciones en torno a intereses particulares es una sociedad despolitizada. De la despolitización a la corrupción no hay más que un paso. Así nacen los populismos.