La juventud de América Latina encabeza la crítica a sus gobiernos. En estos días en Chile el presidente Sebastián Piñera recibió un impresionante llamado de atención de parte los jóvenes, particularmente de los estudiantes de secundaria, de los denominados pingüinos.
Más de 100 000 colegiales y universitarios se tomaron las calles de Santiago y de otras ciudades diciéndole al Régimen que no estaban de acuerdo con la educación que reciben. Le gritaron que el modelo educativo, implantado por Pinochet y que no fue modificado por la Concertación de socialistas y demócrata cristianos durante los últimos 20 años, ha fracasado. Que la generosa inversión estatal favorece a unos cuantos (un tercio del gasto público se traduce en subsidios directos a las instituciones privadas), que la privatización segmentó y fracturó más la sociedad, que la reforma empobreció los programas, generó estudiantes obsesionados por el puntaje, no formados integralmente sino de manera parcial para apoyar el crecimiento económico.
El discurso de los jóvenes chilenos reivindica el derecho a la educación y demanda que el Estado lo garantice. Reivindica una formación holística, la recomposición del sistema educativo público y la participación social en la toma de decisiones.
La gigantesca movilización no solo interpeló a la educación sino a las entrañas del país más próspero y “exitoso” de la región: se cuestiona al modelo que acumula riqueza, pero que tiene serias deficiencias en lo social.
Si esta propuesta crece, Chile se vería forzado a cambiar la Constitución pinochetista. Así, a partir del cambio educativo, se podría impulsar una transformación política y social hacia la radicalización de la democracia.
En el Ecuador resultado de la lucha desde los noventa, de indígenas, mujeres, ecologistas y del movimiento de la niñez, fueron inscritos en la Constitución y en varias leyes los DD.HH., el derecho a la educación y el rol garante del Estado. En tal sentido estaríamos con varios pasos adelante que Chile; sin embargo, el hecho de tener tales derechos escritos en las normas, no es garantía suficiente para su ejercicio. Como muchas veces en la historia, las grandes ideas se pueden quedar en el papel.
Por ahora, en plena “revolución ciudadana”, algunas de las políticas públicas que se ejecutan están impregnadas de las viejas concepciones. Temas como el “derecho a la educación”, “calidad educativa”, “buen vivir” y otros corren el riesgo de quedar como clichés. Es urgente dotar de contenidos democráticos, de formas institucionales, de canales operativos y financieros a esos grandes conceptos. Esa es nuestra batalla. Sin embargo, al contrario de Chile, estamos con ausencia de un movimiento social y estudiantil que la impulse y legitime políticamente.
¡Juventud ecuatoriana es hora de despertar!