Más allá de la instauración de una especie de república publicitaria y plebiscitaria, más allá de la siempre vigente tentación autoritaria, sin perjuicio de la excitación y la adrenalina que, supongo, deben generar las ideas de acumulación y perpetuación en el poder, tiene que haber razones por las que el Régimen es tan exitoso. Y, sí, hay que poner en contexto aquello de exitoso: me refiero a un Régimen que, en un país acostumbrado a elegir y derrocar presidentes como si fuera un deporte olímpico, ha conseguido subirse al potro por un tiempo inédito. A un Régimen que, en plena época de redes sociales, protestas ciudadanas (en otros países, claro) y de frenética circulación de información ha logrado redefinir los estándares del culto a la personalidad. A un Régimen que ha sido ducho en crear un sistema de teflón: todo le resbala en aplicación del blindaje más primoroso. Mi teoría sobre las claves del éxito se resume en lo siguiente: 1.- Dejen en paz a nuestros caudillos: no entendemos la política sin que los políticos sean consumados actores de variedades. A ratos santos, casi siempre mártires, ungidos por el pueblo, inmolados en el sacrificio de ejercer el poder, preferimos que nuestros caciques sean histriónicos, vocingleros y, las más de las veces, caricaturescos. En Ecuador no puede haber nadie más aburrido que alguien que se proponga hacer política seriamente. Soporífero.
2.- La democracia es un saco de cemento: en el fondo creemos a pie juntillas en aquel arrebatado y huachafo proverbio de obras son amores. El estadista, el verdadero patriota, el pundonoroso líder es aquel que pavimenta las calles, el que más hormigón armado utiliza, el que más edificios horribles levanta, el que más primeras piedras pone. ¿División de poderes? Vaya usted a exhumar al pelucón barón de Montesquieu. ¿Tolerancia? Por qué no se ocupa de averiguar qué vicios tenía el afectado Voltaire. ¿Libertades civiles? Eso es para gringos. El pueblo no come democracia y a nadie le importa. Ha sido un gusto atenderlo.
3.- En realidad no nos gusta la política: lo que nos regocija, en cambio, es el espectáculo. La política es nuestra telenovela: amamos ver llorar, gritar, gesticular, apuntar, amenazar, renunciar, exiliar, arrepentir y recular. De verdad, muy pocas veces -o quizá nunca- hemos tenido debates serios sobre la posibilidad de instaurar un régimen parlamentario, por ejemplo, o sobre la conveniencia de tal o cual constitución, más allá de los personalismos y de las coyunturas.
4.- Tememos a lo exterior: aunque estemos lejos de ser nacionalistas (los mexicanos lo son) somos reacios y renuentes a cualquier forma de internacionalización, de apertura, de intercambio comercial o peor todavía, cultural (una corta visita a casi cualquiera de las librerías de la localidad me exime de seguir argumentando), bajo el signo de banderas decimonónicas: la soberanía, la patria, la tierra.