El funcionamiento de las salas de cine ha experimentado una extraordinaria metamorfosis en Quito, acorde con el crecimiento y la transformación de la urbe.
En la década de 1920 existían cuatro salas: Variedades (en la Plaza del Teatro), Popular (calle Esmeraldas), Edén (Pasaje Royal) y Puerta del Sol (avenida 24 de Mayo), según testimonios de esa época del “cine mudo”. Paulatinamente surgieron numerosos teatros más a lo largo y ancho de la ciudad.
El 15 de abril de 1933 se inauguró el Teatro Bolívar, elegante y funcional, catalogado como uno de los mejores de Latinoamérica, ubicado en la entonces calle Bolivia, hoy Espejo, entre Guayaquil y Flores, de estilo neoclásico, con capacidad para 2 400 espectadores. Ese día se estrenó la película El signo de la cruz’. Fue otro valioso aporte de los hermanos César y Carlos Mantilla Jácome, para el progreso de la capital y para el desarrollo del arte escénico. El 8 de agosto de 1999 se produjo un incendio que convirtió en cenizas la mayor parte del teatro. Una fundación tiene a su cargo la restauración.
La aparición de la televisión, la inseguridad creciente y otras circunstancias aceleraron el declive de las antiguas salas de cine y aparecieron algunos complejos cinematográficos, modernos y funcionales, que cuentan con varias salas contiguas, estacionamiento de vehículos, servicios y atractivos para el cliente.
Sin embargo, un halo de misterio rodea al mayor complejo de esa naturaleza construido en la avenida Seis de Diciembre, entre Naciones Unidas y Portugal, que cuenta con 22 salas y un total de 2 500 butacas pero permanece cerrado desde hace más de tres años. Abrió sus puertas el 8 de julio del 2009, con magnífica acogida, y fue clausurado el 27 de febrero del 2010, por orden de tres comisarios municipales de la Zona Norte, según informaciones de prensa, por irregularidades en la construcción del edificio, ruido excesivo que causa molestias al vecindario, insuficiencia de parqueaderos y problemas de movilidad. Cuatro meses después un juez dejó sin efecto la clausura, pero pocas horas más tarde se expidió otra orden de suspensión de actividades por parte de las autoridades municipales, que ahora dizque acusan incumplimiento de 30 normas.
Lo cierto es que en ese espacio en el que hubo, por pocos meses, gran movimiento y ambiente festivo, ahora sólo se ven montones de tierra y una fachada destartalada.
A simple vista da la sensación de obstinación de ambas partes, de poco afán de solucionar los problemas existentes, lo cual, sin duda, causa perjuicios a los propietarios del complejo y al Municipio, que deja de percibir los impuestos que deben producir 22 salas de cine y, más que nada, a la ciudadanía que se priva de los beneficios del mayor conjunto de cines del país.