En un filme que se perfila como uno de los preferidos por críticos y académicos para los Premios Oscar, titulado ‘Whiplash: música y obsesión’, se plantea en forma apasionante un tema pocas veces abordado con tanta crudeza y fuerza dramática. Se trata de la búsqueda de la perfección, la excelencia y la genialidad en la labor artística. La materia elegida es la música, más precisamente el jazz clásico estadounidense.
Un joven aspirante a baterista, que pertenece a una familia de clase media, tiene como objetivo excluyente ser el mejor en su especialidad. Y parte de la base de que debe estudiar en la mejor escuela posible y con un maestro-director de la reputación más alta. Se anota en el curso, consigue atraer la atención de un director exigente hasta el extremo de mortificar, agredir, insultar y ‘psicopatear’ a sus alumnos. Es como arriesgarse a estar durante horas al lado de un barril de pólvora que puede explotar súbitamente, es como desafiar un vendaval y sufrir el vértigo de caminar sobre una cuerda floja, sobre un abismo.
El joven aguanta, practica hasta que sus manos sangran, deja a una novia, discute con su familia que valora más a otros miembros jóvenes, hermanos y primos que han elegido el deporte o los negocios como meta de vida y que no tienen en su haber grandes éxitos. Sin embargo, al menos, se ganan la vida y tienen posibilidades de un futuro.
Quizás, algo mediocre para la mentalidad del joven baterista, pero suficientemente “normal y tranquilo” para la cabeza de su padre, hombre que ama a ese hijo con el que concurre a cines de arte a ver clásicos europeos. O sea, que no se trata de un troglodita ignorante enemigo del arte, sino que tiene como objetivo no ver a su hijo predilecto sufrir conflictos que perjudican notoriamente su equilibrio emocional.
El profesor continúa su pedagogía violenta en busca de la perfección más como la búsqueda de un triunfo personal para poder decir: “A este lo saqué de la nada, yo supe ver en él lo que nadie ni él mismo, nunca vio”. Dice una frase que lo pinta de cuerpo entero: “El peor enemigo del aspirante a artista es conformarse con la corrección de ser un buen profesional, lo que yo busco es la genialidad, los dos términos que más odio son: «buen trabajo», eso es un insulto para un verdadero artista”. Y pone como ejemplo a grandes músicos que pasaron a la inmortalidad, aún a costa de su salud mental y cuya entrega ha sido tan intensa que han muerto muy jóvenes ahogados en alcohol y cocaína, generalmente solos y muchas veces en la miseria.
El planteo es extremo y nada convencional y el filme está narrado como una escalofriante película de suspenso con el juego del gato y el ratón desafiando límites y correcciones políticas. Es excitante poder salir de una sala de cine con preguntas más que con respuestas, con inquietudes más que con tranquilidades y con contradicciones más que con claridades. ¿Es tan malo llegar a ser un correcto profesional? ¿No es ponerse un listóndemasiado alto pretender ser un genio?
Los genios son pocos.La genialidad, si te cuesta la vida y te amarga tu existencia es casi una maldición.