Si algo quedó probado el domingo anterior en Bolivia es que los temas políticos sí le importan a la gente. Un presidente bastante popular, que ha gobernado su país por tres períodos consecutivos, con mano dura, fondo y forma autoritarios, y relativo éxito económico, echó a la borda la continuidad de su proyecto político, cuando propuso modificar la Constitución para habilitarlo a reelegirse de por vida.
Una decisión en esta dirección, para una población contenta con su gestión, debería haber concitado sin problema apoyo mayoritario y abierto la oportunidad para que de forma abrumadora la sociedad mostrara su respaldo al líder redentor. No fue así. Inexplicablemente, las cosas se dieron vuelta y el Gobierno perdió por primera vez, aunque sea con poco, una batalla electoral decisiva.
Lo mismo ocurrió en Venezuela en 2004. Chávez, prevalido de todo el poder, puso a consideración del pueblo que lo idolatraba la reforma constitucional de su reelección indefinida. Los sondeos indicaban que el triunfo del Gobierno sería holgado pero el día del referéndum, por primera y única vez, el chavismo perdió en las mesas electorales. Eso motivó que Chávez enviara la misma reforma al Legislativo, el mismo que dócilmente la tramitó. Pero quedó registrado que la gente era intolerante a la voluntad del caudillo a apropiarse sin limitaciones del poder. Chávez se recuperó pero la cicatriz de la derrota jamás pudo borrarse.
Correa, más cauto, bloqueó por todos los medios la posibilidad de que su propuesta de reelección fuera votada por la sociedad. Desde el inicio previó que su deseo de perpetuarse en el poder fuera aprobado por la Asamblea como una enmienda y bloqueó todas las iniciativas de consulta popular. El Gobierno sabía que un pronunciamiento electoral sería una derrota. La evitó pero no salió inmune. El mismo Presidente promovió una transitoria para que la reelección indefinida entrara en vigencia luego de 2017. Maquilló la derrota pero, finalmente, él mismo abortó su tercera reelección, poniendo en jaque la continuidad revolucionaria.
¿Qué explica todo esto? ¿Por qué los imbatibles líderes del socialismo del siglo XXI se han despeñado buscando la reelección indefinida, a pesar de su popularidad y control total de la institucionalidad? ¿Por qué la reelección indefinida ha sido para ellos un camino al suicidio? La única respuesta a estos enigmas es el carácter electoralista, aunque no democrático, de estos regímenes.
La legitimidad y apoyo a estos gobiernos ha radicado en su fortaleza electoral, es decir, en su capacidad de ganar y ganar elecciones, más que en cualquier otro motivo, sea económico, institucional, militar o cultural. En ello residía su legitimidad. De ahí el error mortal de querer vender a la población la idea de que permanecerían en el poder indefinidamente desde elecciones que serían simples rituales de ratificación. Así, quizá, su ambición y gula por el poder les hizo violar el pacto secreto que tenían con las masas y terminaron suicidándose políticamente. Solo una idea para pensar mientras los vemos retirarse a algún lugar de la historia.