Buenos Aires. El lunes 18 el gobierno de Cristina Fernández redobló lo que los argentinos llaman cepo cambiario. Endureció su equivalente al impuesto a la salida de divisas: sube del 15% al 20% el recargo al consumo en el exterior por tarjetas de crédito y extiende el recargo a las compras de pasajes y paquetes turísticos al extranjero.
El mismo día el café donde desayuno subió sus precios 10%. Esta es la más reciente vuelta a la tuerca a una política cambiaria alambicada. Como Rafael, Cristina cree que el mercado es un mal amo pero buen siervo, y somete al mercado cambiario a la servidumbre.
En Argentina el tipo de cambio central es de 5,1 pesos por USD la venta, que el Banco de Reserva deprecia al 19% anual. Se anuncia llegaría a 6 pesos por USD en diciembre. Esa es sólo la punta del ovillo.
Como hay incautación de divisas, el Banco de Reserva, al liquidar los pesos al exportador, le retiene un porcentaje. En el caso de la soya, es de 35%; trigo 23%, carne 15%, manufacturas 5%. Para las importaciones hay un recargo,variable; para los productos de consumo es 35%.
En octubre 2011, el Gobierno pesificó la cuentas en USD. Continuamente se introducen restricciones cada vez más severas a las compras de USD. En setiembre 2012 introdujo el recargo al pago en el exterior con tarjeta de crédito que acaba de subir al 20% por lo que el “dólar turista” vale sobre 6 pesos. La reciente es la vigésima quinta medida para perfeccionar el cepo.
Quedó un resquicio legal para hacerse de dólares: comprar bonos dólares del Estado en el mercado local, pagados al tipo de cambio oficial, luego venderlos en el mercado de Nueva York. Como los bonos se venden con gran descuento, tras esta operación está la expectativa de una devaluación masiva o la adopción de un tipo de cambio múltiple.
A principios de marzo, este dólar arbitraje trepó a 8,40 pesos, reflejando las expectativas devaluatorias. El ciudadano común sin acceso al mercado internacional se lanzó tras los dólares del mercado negro, que se tranza en lo que los argentinos llaman cuevas. Al cierre de la semana pasada superó los 8 pesos.
El afán de controlar el mercado cambiario trae efectos deplorables. No hay inversión externa privada, por el atraso cambiario. La brasileña Vale anuncia que no desarrollará una importante mina de potasio. Las empresas nacionales ya no tienen financiamiento barato en dólares. Las exportaciones pierden competitividad.
La situación luce insostenible. Cuando el Gobierno se rinda, quizá después de las elecciones de septiembre (o tan pronto como este feriado), los grandes perdedores serán quienes no tuvieron para comprar dólares: los más pobres.
La rebelión del siervo cambiario pasó factura.
Esta es una tragedia de la que nos libramos, gracias a la dolarización.