Acabar con el cartero

En los tiempos actuales habría quizás que explicar a este personaje que transportaba correspondencia a veces buena y otras veces mala.

La carta esperada por tanto tiempo era traída por los carteros que no eran responsables, por supuesto, del contenido epistolar. Pasa una cosa igual con la Relatoría de la Libertad de Expresión de la OEA donde algunos países, como Ecuador, pretenden que deje de contar “historias desagradables sobre la libertad de prensa y de expresión”.

En definitiva, algunos países que no están dispuestos a aceptar los estándares occidentales sobre ambos derechos humanos. Ha costado mucho llegar a consagrarlas y muchos años para ganar un prestigio institucional que pretende ser puesto en duda por algunos gobiernos no acostumbrados a recibir críticas y menos llamados de atención de nadie a nivel interno o externo.

La Relatoría de la Libertad de Expresión de la OEA hizo un gran trabajo denunciando prácticas contrarias a este derecho fundamental en países como Estados Unidos o Ecuador. A ningún Gobierno le gusta que le critiquen a pesar de que esa crítica pueda ser atinada y se corresponda con la corrección anhelada. Lo peor es lo contrario. Responder a la crítica de forma destemplada e irracional que culmine en acabar con la Institución que, con todos los impedimentos y restricciones que se aplican a ella, ha logrado respeto y adherencia de varios estamentos políticos y académicos del mundo.

No debería permitirse ninguna restricción a sus funciones en el plano administrativo o financiero. Por el contrario, lo que debiéramos hacer es potenciarlas admitiendo el valor de la crítica y afirmando en ella el verdadero caracter democrático del Gobierno. Lo opuesto y el interés demostrado por el Canciller ecuatoriano en la última asamblea de la OEA en Asunción lo único que logra es consensuar internacionalmente la sospecha que su Gobierno no pretende amoldar su comportamiento a estándares internacionales asumidos desde hace años por la sociedad occidental. De lo que hablamos es de creer o no en los valores de la libertad de expresión y de prensa cuya verdadera vigencia se mide justamente en lo que se pretende cercenar: la posibilidad de ser evaluado desde adentro y desde afuera en su cumplimiento o violación.

La verdadera democracia no teme a estas calificaciones, por el contrario, las fomenta porque entiende que eso implica ganar un prestigio interno y externo en torno al respecto a la crítica, la disidencia y la posibilidad de expresar puntos de vista diferentes sin temer en el camino la persecución judicial, el cierre de los medios, el agotamiento económico o la persecución y muerte de periodistas.

El problema no es con el cartero ,claramente, sino con las malas noticias que vienen en sus cartas porque algunos gobiernos se creen inmunes e impunes a la crítica. Así de simple.