Rosita, anteayer tuve tres pesadillas: una, a medianoche, sobre un ataque a la Corte Constitucional; otra, a la madrugada, por la quiebra del IESS; y a las seis de la mañana, me desperté gritando ¡No me entierren vivo! Querida bisnieta, ven a calmar mis miedos; pero ¿cómo vas a venir desde Bristol a este Ecuador convertido en nido de ratas? ¡Ay!, Rosita, reza por mí que tan solo me voy quedando.
Los abuelitos decían a los nietos “Donde las dan, las toman” para enseñarles que, si tratan mal a alguien, tarde o temprano, Dios les castigará. Te cuento esto, Rosita, porque cuando el señor ministro de Defensa quiso aumentar para los militares el uso progresivo de la fuerza en casos de alborotos violentos, unos defensores de los derechos humanos pidieron a la Corte Constitucional que le dijera al ministro que esto va contra la Constitución. Y, ¡zas!, Rosita, las señoras magistradas de la Sala de Admisión de la Corte les hicieron caso, pero les advirtieron que su decisión solo valía por un tiempo hasta que la Corte estudiara a fondo una cuestión tan difícil.
Tan difícil, Rosita, que, reflexionando sobre la sangre derramada cada día en el mundo, me quedé dormido. Vi cómo el pueblo quiteño, enfurecido de hambre, de coronavirus y de falsos carnés para discapacitados, saqueaba la ciudad, prendía fuego a la Asamblea y se apoderaba de la Corte Constitucional. Policías y militares no quisieron usar una mayor fuerza disuasiva porque darían con sus huesos en la cárcel. El pueblo, ebrio de sangre, arrastró a las magistrada de la Corte hasta las ventanas del edificio e intentaba lanzarlas a la calle. Un magistrado acudió a defenderlas y cayó muerto de un balazo en el corazón. Me desperté horrorizado. No entendía, Rosita, cómo agredían a las magistradas que habían sido tan responsables con los derechos del pueblo. ¡Ay!, Rosita, a veces, defender la Constitución de 2008 es defender unos derechos humanos al servicio del crimen.
Me levanté, Rosita, y me puse a vomitar. Y mientras me hacía un té de valeriana, recordaba que don Wated había anunciado que no había plata para pagar las pensiones del IESS desde agosto en adelante. El señor Jorge Wated, Rosita, preside el Consejo Directivo del Seguro Social. ¡Pag! ¡Pag!, me caí de la cama luego de ver en sueños cómo el pueblo quería arrastrar al presidente. Una hoguera ardía en la Alameda.
Te confieso, Rosita, que, narigón como soy, me convencí de que era persona con discapacidad. Siempre quise unauto de lujo, y lo conseguí con un carné chimbo. A las seis de la mañana, en la pesadilla de verme vivo y sepultado, sonó el timbre de la puerta de mi casa; paralizado por el miedo, oí pasos …, era el Diablo. Con un tridente de hierro, enrojecido en la pira de la Alameda, me quemó los ojos. Mi Rosita, estoy dictando esta carta a una vecinita. Adiós, amor, no te veré más; pero, al menos, te quedarás con el Auto. Tu abuelito.
P.D ¿Qué fue del Güisqui ofrecido?