La política parece ser el arte de hacer amigos a los enemigos y enemigos, a los amigos. Una mascarada. Una fiesta de disfraces donde, para ganar, todo, todito es posible. Hasta lo imposible.
En estos parajes de pueblo chico, los que eran de un lado, se pasaron al otro, sin ningún rubor, por arte de birlibirloque o por necesidad de conservar su trabajo o sus amistades. Pero lo que es más divertido es que los partidarios del Gobierno han hecho alianza con la oposición. Y la oposición ha hecho alianza con los partidos y movimientos nacidos del oficialismo.
En los carteles oficiales encontramos de todo… desde el dirigente más sufrido y aporreado de un tristemente célebre pueblo que en su día fue brutalmente reprimido, hasta el cacicazgo de un Alcalde que ha estado en distintos carteles con tal de mantenerse 14 años en el poder, aunque para ello cambie de color como el camaleón.
En los carteles de la alianza de oposición, si se puede llamar oposición, están los que siendo incondicionales y fieles verdeflex, pero contrarios a la decisión del buró de apoyar unas candidaturas distintas a las salidas en las primarias, pusieron a un pariente de candidato, inventaron un movimiento y lo pintaron de blanco y azul, más el movimiento de logotipo azul, más el amarillo con rojo, más el blanco hueso. Dos más dos siempre será cuatro. Y acá se suman dos de oposición y dos de Gobierno en una sola canasta. ¡Ejemplo de unidad! ¿Qué disfraz quiere? ¡Póngase su máscara verde o blanca, azul o amarilla. ¡Hágase candidato con cualquier careta y para cualquier dignidad, para que nos dure el espíritu de las fiestas de fin de año! De todas formas, va a ganar la misma revolución, sea con el candidato oficial, que está en el plan A, o sea con el candidato opositor, que está en el plan B. ¡Eso ya lo aprendimos de las campañas Yasuní! Tener dos planes y un as bajo la manga, así primero se diga una cosa y luego todo lo contrario. Hay verdes que están vestidos de blanco. Y verdes que eran multicolor y que llevan pasado de rojos, rojinegros, amarillos, naranjas, verde oliva. Un traje para cada ocasión electoral.
A la colorida fiesta de disfraces matícele con un quitabanderas, pongan banderas: cuando pase uno, saque su bandera blanca. Cuando pase el otro, saque su bandera verde. Cuando pase el otro, saque la multicolor. Total, en cada casa no habrá menos de tres, flameando. Y añádale carros embanderados con los distintos colores dando vueltas y vueltas por la misma calle, con parlantes a todo volumen, para ensordecer a los indiferentes. No importa si los carros, los choferes, los técnicos, los parlantes, son de los mismos municipios, prefecturas, juntas parroquiales. No se preocupe. Disfrute el Carnaval. Perdón. No ha sido Carnaval ni fiesta de disfraces. Ha sido la campaña electoral.