Amanece en Villa de Leyva, memoria viva de una época alejada del esmog, el estrés, la violencia y el vértigo irracional de Bogotá. Los niños cruzan a pie la inmen- sa plaza, camino a la escuela. El resto son palomas y perros, nada está abierto antes de las 07:00 se respira calma, cordialidad y el mismo aire de ese mundo donde uno desplegaba el diario junto a una taza de café con pan de bono.
Eso hago, como lo he hecho todos los días de mi vida, ‘me encuentre donde me encuentre’, me siento obligado a explicar a mis jóvenes compañeros de desayuno, pegados todos a sus incesantes BlackBerries. Uno de ellos dice, sin alzar a ver ni dejar de teclear: “Mi mamá también era fanática de los periódicos”. Algo es algo.
Más allá de las noticias de catástrofes naturales y chanchullos políticos, El Tiempo trae dos ar-tículos que apuntan al mismo problema. Uno resume el argumento de ‘Farenheit 451’, la novela futurista de Ray Bradbury donde, para precautelar la tranquilidad, el Estado quemaba todos los libros y con ellos la memoria, la angustia de saber y pensar. Insinúa el articulista que algo semejante está pasando ya porque la memoria del mundo actual está en manos de la tecnología y él no recuerda ni el teléfono de su mamá. Ni falta que hace si lo lleva en su celular.
En el otro artículo, bajo el título ‘Se acabaron los lectores’, Jorge Melo comenta el cierre de la cadena de librerías Borders en Estados Unidos y el hecho de que la gente en NY prefiera comprar ropa y perfumes en lugar de libros. ‘¿Y para qué leer si todo lo que uno necesita saber lo va a encontrar en Google o Wikipedia?’ Sí, leer libros toma demasiado tiempo, requiere concentración y silencio; para muchos, leer es un camello, y recordar también.
Hubo una vez un mundo donde era importante ser ‘leído y escribido’, y uno empezaba desde pequeño a leer grandes novelas. ¿Era mejor? No sé, aunque ahora que la vieja guardia, con Vargas Llosa a la cabeza, rompe lanzas contra la invasión digital cabe recordar que no todo ha sido miel sobre hojuelas con el papel impreso. Si bien los libros pueden dar placer y glamour, te descubren demasiado pronto las miserias del corazón humano, las trampas de la sociedad, de la política, del arte, las religiones y todos los entresijos de la comedia humana. El desarrollo del pensamiento crítico te impide volver a creer, ves venir la sapada desde lejos, deduces en qué va a terminar cualquier asamblea, cualquier programa político, cualquier delirio.
No andaban muy descaminados los pirómanos de ‘Farenheit’: la comodidad habita en la ignorancia del rebaño. Por fortuna, nunca faltará un obstinado que quiera saber el porqué, pues más poderoso que el ansia de felicidad es el deseo de morder la manzana del conocimiento, aunque te expulsen del paraíso.