El 2019 creímos que acabaría desbarrancándose todo. El país sufrió enormes pérdidas económicas, mayor desempleo, quiebras e iliquidez por las paralizaciones, destrucción de ciudades e intentonas golpistas de un grupo de delincuentes y de sus irresponsables secuaces. A nivel mundial las grandes potencias se movían estratégicamente para acomodar sus fuerzas y reorganizar, según sus intereses, la geopolítica del planeta.
El 2020 empezó en la misma línea, con el asesinato de Soleimani y la amenaza de un nuevo conflicto mundial que ensombreció al planeta. En Latinoamérica cobró fuerza el virus aniquilador de las sociedades modernas, una avalancha destructiva que persigue (porque aún está latente y en una vigorizante cuarentena), por medio del caos y el vandalismo, la desestabilización de buena parte de los gobiernos legítimamente establecidos.
Entonces no les importó un carajo, en ningún lugar, en ningún momento, la gente que perdió sus pequeños negocios, los que vivían día a día del comercio o de sus servicios, peor aún las empresas que debieron cerrar sus puertas. Solo les interesaba arrasar con todo lo que estaba aún de pie para que regresen los otros, los que antes ya les robaron, aquellos que los humillaron y empobrecieron más todavía, los que asesinaron a su gente, los que mañana pretenden volver con engaños para aferrarse a lo único que les queda, garantizar su impunidad apropiándose de la justicia.
Dicen ciertos personajes, agazapados en sus guaridas, que como parte de los cambios que vendrán, cambiará también el orden mundial dominado hoy por el capitalismo. Pero lo dicen aquellos que han vivido permanentemente a costa del Estado. Lo dicen los que se llevaron a sus cuentas en el exterior las reservas de dinero que debía sostener la economía de sus países y de la gente más vulnerable. Lo dicen los revolucionarios de postín, ésos que viajan en avión privado y disfrutan de los lujos y el glamour del capitalismo sin haber generado un centavo lícito en su vida, mientras mantienen a sus huestes alineadas alrededor del abismo de la miseria, porque es allí donde los quieren, porque es allí donde los necesitan.
Sin duda los tiempos están cambiando. De hecho nos están cambiando a todos. El encierro forzado por las circunstancias modificará de un modo u otro nuestro espíritu, pues a fin de cuentas no nacimos para vivir mucho tiempo entre cuatro paredes. La libertad, el bien más preciado por el ser humano, hoy está condicionada por la necesidad de mantenernos aislados, pero pronto llegará el día en que todo empezará a moverse otra vez, y recuperaremos la libertad con entusiasmo, con frenesí y excesos incluso, pero también con enormes preocupaciones, con deudas acumuladas, con incertidumbre y temores. Y, como ha sucedido con la especie humana durante miles de años, saldremos adelante con trabajo, esfuerzo, inteligencia, solidaridad, fraternidad, con todas las fuerzas que regirán los cambios que se nos vienen.