La asonada popular que terminó con los gobiernos de Túnez y Egipto amenazando con llevarse a otros sátrapas del autoritario mundo árabe, se ha querido reducirlo en su análisis formal a un triunfo de internet y no a la búsqueda natural del ser humano: la libertad. La misma que muchos gobiernos procuran desde el poder evitar que se convierta en el factor que genere respuestas al desempleo, la inseguridad y la incertidumbre factores agravados ,no nuevos, de estos tiempos de cambios. No es casualidad que la “democracia” venezolana sea tan criminal y secuestradora de sus habitantes que hoy ese país tenga los números más altos de violencia en el mundo. No es porque vivimos tiempos de cambios heredados de gobiernos incompetentes solamente, sino porque los nuevos gobernantes no han sabido promover en libertad y democracia el debate que permita buscar salidas negociadas que no signifiquen concesiones ni a la “burguesía” ni “a los traidores de la patria” sino finalmente la posibilidad de que el sector popular-la víctima propiciatoria de esta violencia- tenga empleo y viva mejor.
Los tiempos de los precios altos del petróleo no significaran de nuevo mejores posibilidades para los millones de latinoamericanos cuyos estados tienen en abundancia un producto energético clave para el desarrollo. Por el contrario, veremos como esa riqueza terminará dilapidada en gestos y actitudes falsamente heroicas y de cuestionable valor solidario haciendo que su población no solo siga siendo pobre si no que continúe matándose en sus calles.
Estos mismos escenarios ,en países de instituciones frágiles o inexistentes, han tenido que saldarse con manifestaciones callejeras que terminaron con decenas de muertos y con bombardeos como el de Gadafi contra su pueblo en plena ciudad de Trípoli. Lo que no logran entender los gobernantes autoritarios, aquellos para quienes el diálogo democrático no es posible y la libertad es solo una conquista “burguesa” , es que si no logran establecer una conversación en el marco de instituciones pluralistas, no quedará otro espacio que la lucha callejera o las manifestaciones en las plazas públicas que solo podrán se aplacadas a fuego y palos.
La lección de los países árabes de quienes tenemos una herencia mayor que la que reconocemos en público, es valorar la democracia como proceso de construcción colectiva que permita alcanzar mejores niveles de vida y entender al mismo tiempo que la libertad es una condición natural del ser humano que no la saca ni la otorga ningún gobierno de ocasión.
Hay que fortalecer el sistema democrático y eso significa practicar la tolerancia, el respeto y la promoción de valores de quienes ocasionalmente no pueden coincidir con nuestras ideas. Para lo otro solo queda asomarnos a la ventana del mundo árabe.