Por su propia naturaleza la prensa y sus medios no pueden permanecer en silencio, salvo que exista una censura dictatorial o paulatinamente los medios hayan caído bajo el mando obscuro de la autocensura. Pero si la prensa debe informar sin temor, bien y oportunamente, otros actores políticos y sociales no tienen excusa para endosar su protagonismo y permanecer indiferentes frente a hechos que deben ser conocidos y confrontados.
Admitido este panorama, que en esencia es la base del debate público en democracia, es inexplicable que protagonistas políticos actuales o próximos, al margen del amparo oficial, en su calidad de elegidos permanezcan ausentes de la indagación de asuntos públicos y que todo quede como si fueran situaciones corrientes y no rayen en el escándalo.
La sociedad parcialmente está al tanto con mucha inquietud de los sucedido con el Banco Territorial y no puede dejar de reconocer en la última etapa, la diligencia de la Fiscalía General aunque, si la memoria colectiva no ha sido afectada por el mal de Alzheimer, sorprende la calma sobre grandes casos como el del administrador de entidades financieras y fiduciarias que goza de algún asilo especial en EE.UU. o de la prolongada tolerancia para la mora del ciudadano argentino que generosamente recibió un préstamo de fondos públicos. Sin embargo, que cada cual se defienda o tenga los apoyos oficiales, no es motivo para que los actores políticos permanezcan escondidos en cuevas antes del final de los tiempos.
Por eso, la gran interrogante que surge es si ese va a ser el comportamiento -timorato y pusilánime- de quienes han sido elegidos al margen del banco oficial. De ser ese el caso, mejor que renuncien y se postulen para alcaldes o consejeros y vuelvan a timar a su electorado. En todos los parlamentos del mundo, y el nuestro no es una excepción, se han observados actos indecorosos y hasta bochornosos, pero lo que sucede en el Ecuador es inaudito. Se puede acusar a los miembros del Consejo Nacional Electoral de un monstruoso favoritismo para las opciones del Gobierno; pero mucho más grave es la actitud de quienes se presentaron a la contienda blandeando las banderas de la ética y la decencia política y que ahora anuncien cuál será la actitud en el ejercicio legislativo, bajo la excusa de que no gozan de mayoría.
Un país que no logra pulir el escenario político y que a sus políticos lo único que les interesa son las próximas elecciones municipales está perdido. En esa sociedad no es urgente, a pesar de las evidentes falencias los programas, las posibles leyes o las estrategias de fiscalización que, aunque no prosperen, ayudan a formar la conciencia crítica ciudadana. Debe existir algún recurso para que la ceremonia de posesión de estos elegidos sea reservada. De esa manera el rubor por un lado y la vergüenza por el otro serán matizados por esa sensación que dejan las ceremonias secretas en quienes se ocultan de tan siniestro ritual.