“No te acerques a mí, hombre que haces el mundo./ No es preciso que me mates./ Yo soy de los que mueren solos…/ y de algo peor que vergüenza./ Yo muero de mirarte y no entender” (R. C.). Alteridad. Su dilema habita en el supuesto de un centro. De allí deriva un vínculo con el mundo. En este abordaje, los otros (extraños, marginales, dementes, minorías) son los diversos, y lo cuestionan. Alteridades tituló a su última exposición Nixon Córdova (Esmeraldas, 1966). Rostros inmolados, bustos esqueléticos, miembros incinerados, despojos. Figuras pugnando por levantarse y seguir caminando, ¿adónde?
Nixon forjó los vestigios humanos con vidrio y resina. Algunos asediados por miríadas de hormigas. (La mayoría era una suerte de mandíbulas despavoridas por la cercanía de esa plaga). ¿Somos cuerpo y alma? Al trabajar esta serie, el artista no pensó en exhibirla. Catarsis y exhumación de pérdidas. La pandemia, su cortejo mortal y sus propios dolores, aquellos como “el odio de Dios” de Vallejo o los restos que deja el oleaje de “como si ante ellos/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma”.
Las exploraciones de Córdova, incesantes en contenidos y formas. Anunciaciones, compulsiones, vértigos. Desde dibujos intimistas hasta ensayos surrealistas o lienzos con alusiones de realismo social. Desde la antiforma hasta el arte conceptual o autorretratos desgarrados, oscilando sobre sí mismos, desprovistos de aire. En 1996 obtuvo el Premio París con su tela Cruz de mi pueblo. Estudió en París. Reafirmación y vanguardias. Dibujo. (Su soberbio dibujo le aligeró su incursión en su histórica escultura religiosa por encargo).
Hemos olvidado los nombres, nos dice Nixon en su creación visual. A nuestros ancestros les bastaba pronunciar el nombre de Dios para que descendiese. Nosotros hemos creado un mundo de insignificancias. La heterogeneidad es repetición, masa amorfa. Miserable milagro.
“Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca”.