En estos días he deseado Feliz Navidad a medio mundo. Y me he preguntado qué entenderá la gente cuando digo semejante cosa. Cada uno procesará el buen deseo según lo que lleve en la cabeza y en el corazón. Puede que la mayoría lo reduzca a un sentimiento generalizado de bien y de esperanza, algo que todos, creyentes o no, necesitamos de forma abundante.
En estos días he visto un reportaje sobre las luminarias que alegran la vida de las grandes ciudades del mundo: un derroche de luz que ignora la crisis energética, la oscura guerra de Ucrania y el dolor de los pobres. Desde antiguo, la Iglesia encendía cirios y en el tiempo de la Navidad, era especialmente sensible a la luz. La luz es Jesús, capaz de iluminar la tierra y de llenarla de amor y de paz. A pesar de que hoy todo el planeta se ilumina con motivo de la Navidad, pocos pensarán en el infante dormido en brazos de la doncella.
Pero yo sí sé lo que quiero decir y deseo para todos: Deseo que Jesús de Nazaret renazca como un niño en el corazón del hombre y que su proyecto del Reino de justicia y de paz, de compasión y de solidaridad, prevalezca en medio de este mundo roto que hemos heredado y seguimos dejando en herencia a los hijos. Deseo que el hombre viva con dignidad y sea feliz y haga felices a los demás. Deseo que no nos pongamos de rodillas delante del dinero, ni del poder, ni de nadie que dice ser importante. Deseo que sólo nos pongamos de rodillas delante de Dios y de los pobres para acariciar sus heridas. Deseo que reine la paz en las infinitas Ucranias desgarradas de este mundo. Deseo que Ecuador encuentre caminos de equidad y de justicia, de paz y de alegría por haberle ganado la partida a la pobreza. Deseo que el pequeño Niño tenga suficiente valor y fuerza para resistir en el madero y no bajarse de él. Y Ustedes … ¿qué desean?, ¿qué quieren decir? Ustedes sabrán.