No vemos el bosque ¿No queremos o no podemos? O vemos parte de él. Vemos unos árboles, otros no. A veces solo vemos una rama, una flor. ¿O nos hacen ver una rama o una flor?
Hay quienes no quieren que veamos el bosque. Nos inducen, desde el poder, a ver hacia otros lados. No dan toda la información o la dan a cuenta gotas o la dan sesgada. O nos la dan tanta sin valor, que nos cansan, nos agobian. Hartos y por nuestra propia decisión, no queremos ver nada. Ni la flor, ni la rama, ni ningún bosque. Nos solazamos o nos deprimimos viendo nuestro macetero.
Mirar el bosque no solo depende de la voluntad de alguien, requiere de capacidades propias que en general no las tenemos. Nos entrenaron para ver lineal y mecánicamente, para apreciar lo superficial y no lo sustantivo. Quedamos así atrapados en los hechos sin entender los procesos ni la complejidad.
No hemos invertido en investigación ni en formar investigadores. La investigación es subversiva y peligrosa en ambientes donde la opacidad es el mejor recurso para el poder mañoso y controlador.
Del periodismo serio de investigación queda poco. Las universidades flotamos por cualquier lado, investigamos poco la realidad; sobrevivimos, resistimos o nos sumamos al mercantilismo académico.
A propósito de lo que hemos vivido las últimas semanas, ni de lejos vemos el bosque ni sus profundidades. Estamos atrapados en las ramas espinosas, en los relatos y medias verdades trazadas por los interesados.
Alguien, intentando escapar de los espinos para ver más allá, con intuición y sentido común (que también aportan al conocimiento), levanta la hipótesis de una probable prolongación de una guerra de carteles, iniciada sangrientamente en cárceles y calles, trasladada a las alturas de la política, mientras se mantiene invisible el bosque global con sus complejidades y contradicciones: la tranquilidad y placer de millones de consumidores de droga, que se multiplican en las ricas urbes del norte, mientras acá nos hundimos y matamos.