El borra y va de nuevo es una extraña afición de quienes tienen el poder. Desmantelar todo lo que hacen sus predecesores y quitarles cualquier valor, parece ser parte de la manera de hacer política en el Ecuador. Hacer que todo cambie, para que en realidad, nada cambie. En el ámbito de la cultura hay algunos ejemplos interesantes: el correato desmanteló el MAAC y lo convirtió en el “patriótico” museo Simón Bolívar, echando al trasto todo lo que se había hecho hasta entonces.
Desmantelaron, en su momento, todas las dependencias culturales del Banco Central, que tanto había hecho en materia de difusión cultural en todo el país. También echó a la basura el tristemente efímero Museo de la Energía, en Lago Agrio, en el que se gastaron USD 6’500 000 y que se inauguró en mayo del 2015. En julio del mismo año esas instalaciones se destinaron al Instituto Superior Tecnológico Público, añadiéndose Cinco millones más para su funcionamiento sin fiscalización alguna y sin que nadie se ruborice siquiera. Los funcionarios del morenismo no se ha quedado atrás y, además desmantelar ministerios y subsecretarías por el ajuste de cinturón en época de vacas flacas luego del festín público revolucionario, ahora han desarmado una de las obras-instalaciones principales del MUNA. Ojalá no desmantelen el museo, que costó otro montón de billetes, que tenía un confuso guión, pero que había sido abierto con bombos y platillos y que, mal que bien, funciona. Las autoridades dicen que se llevaron sus proyectores en préstamo al – también desmantelado- Museo de la Presidencia, que fuera creado para rendir pleitesía a su majestad, el presidente anterior, y que ahora es una sala de exposiciones temporales que también sirve de alimento para el ego del poder.
Uno de los deportes nacionales en la política es hacer el borra y va de nuevo, hacer tabla rasa y volver a empezar, una y otra vez. Inventar lo ya inventado. Inaugurar lo ya inaugurado y pensar, con eso, que el mundo empieza el momento en que asumen el poder o el cargo. Eso se repite no solo a nivel de gobierno central sino en los gobiernos locales y no solo en la cultura sino en todas las instituciones. Eso de que “el que se va de Quito pierde su banquito” va acompañado del cambio radical en cualquier decisión, entidad o plan o iniciativa. Y como los funcionarios no duran casi nada en sus puestos de trabajo, hay que volver a empezar una y otra vez, ignorando cualquier proceso anterior, cualquier avance, incluso, cualquier error.
Menos mal que hay otras iniciativas en la cultura -y en otros ámbitos- que sobreviven en el tiempo gracias a la constancia y compromiso de sus gestores, como los 40 años del Patio de Comedias que se celebran ahora; o el Festival Internacional de Teatro de Manta que organiza La Trinchera desde hace 32 años.