Aunque subsisten incertidumbres respecto del futuro de Bolivia, luego de la renuncia de Evo Morales, hay dos realidades que podemos ver con claridad.
La primera es que la principal protagonista en los eventos recientes fue, y a futuro será, la sociedad civil boliviana que rechazó con valentía la pretensión de Morales de ganar por fraude una elección en la cual, por decisión ciudadana en plebiscito, no debió haber sido candidato. Sin la convicción y firmeza de muchos sectores de la sociedad boliviana, es muy posible que, luego de haberse burlado de la ley, Morales habría podido burlarse también de la voluntad popular. Ha sido una nueva y estimulante muestra del poder de una sociedad civil vigorosa, cuya importancia en la generación de cambios sociales constructivos no puede ser exagerada.
La segunda, que ya conocíamos pero ha quedado nítidamente resaltada, es que existe una clara confrontación entre dos formas radicalmente opuestas de entender “democracia¨. La sociedad civil boliviana defendió con vehemencia la democracia liberal, cuyos principios esenciales incluyen el derecho de todo ciudadano a participar en discusiones y decisiones políticas, la elección libre y transparente de las autoridades, la alternancia en el poder, y el respeto por la ley, la diversidad de pensamiento, la propiedad privada, la economía de mercado y los demás DD.HH.
La otra, de raíz marxista, puesta de manifiesto por el expresidente Morales al anunciar su renuncia, es que él y los suyos son los verdaderos “demócratas” porque, según dicen, defienden los intereses del “demos” (“el pueblo” en griego) contra los privilegiados. Según esta visión, Morales era el defensor de la democracia, y se alejaba del poder no por haberla violado al haber sido candidato y luego haber cometido fraude, sino, según dijo, porque fue víctima de un golpe de estado fraguado por fuerzas antidemocráticas.
El contraste es claro: el liberalismo considera la relación entre el capital, el trabajo y los demás elementos de la sociedad como una interacción cooperativa que genera libertad y productividad, y puede eliminar la pobreza (lo cual ha logrado en diversas latitudes); el marxismo-leninismo la considera más bien una relación entre explotadores y explotados, cuya natural consecuencia es la lucha de clases que justifica todo atropello y toda ilegalidad, y considera una debilidad el respeto por la vida, las libertades y los derechos de sus opositores (y que, en todo lugar en que se ha intentado poner en práctica al marxismo-leninismo, ha generado tiranía y miseria).
Bolivia nos señala dos importantes necesidades: la de fortalecer a nuestras sociedades civiles como motores del cambio constructivo, y la de consensuar sobre el sentido válido de “democracia” y el sistema económico que debe acompañarla.