A semana seguida, la relativa sorpresa de las elecciones presidenciales en Bolivia y la abrumadora votación por el sí en la consulta plebiscitaria de Chile.
La globalización nos ha universalizado, ciertamente; pero lo que ocurre en los países de la región nos obliga a examinar sus posibles repercusiones en nuestro país.
En seguida surgió la pregunta: ¿La elección de Arce en Bolivia podrá ser un factor que influya en las elecciones ecuatorianas del próximo año? ¿Está resurgiendo en América Latina la tendencia de izquierda que predominó en años anteriores? ¿O se trata de una nueva izquierda? ¿Qué papel jugará Morales en el gobierno de su llamado delfín? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian los dos países? ¿La diversidad de su población? ¿El manejo de la economía en los años anteriores? ¿La personalidad de sus líderes políticos? Ya hemos escuchado varias opiniones autorizadas, pero se mantienen las incógnitas.
No logramos descifrar a cabalidad los sucesos de Chile del año pasado, país que veíamos como el más próspero de la región, sin percibir los conflictos profundos de su sociedad. ¿Una nueva constitución será el mecanismo para salir de la crisis? ¿Hasta qué punto la Constitución hiperpresidencialista de Pinochet es la responsable? ¿O solo se trata de un símbolo de la dictadura que ha perdurado por treinta años? ¿Se pondrá en marcha un nuevo modelo político, cuyas líneas no se conocen todavía, pero que tal vez podría trasladarse a otros países?
Estos son datos para la reflexión. Pero, nueve días después, la elección de presidente en los Estados Unidos nos conduce a otro escenario, con unos resultados que nos pueden afectar de una manera directa e inmediata.
Hay quienes sostienen que al Ecuador le conviene la reelección de Trump, pues las buenas relaciones de los gobiernos nos han sido bastante provechosas en estos años; pero no sabemos si ese buen talante se mantendría con el sucesor de Moreno.
De todos modos, y al margen de esta coyuntura, la reelección significaría el mantenimiento y posiblemente la agudización de políticas antimigratorias, que conciernen a millares de ecuatorianos que viven en los Estados Unidos.
No es ningún descubrimiento afirmar que los cuatro años de Trump se han caracterizado por una política racista, autoritaria, populista y caótica; y que sus efectos, que los ha sufrido la sociedad norteamericana, han traspasado las fronteras y de una manera o de otra se han sentido en el mundo entero.
Por ahora nos queda la imagen de Trump, entrando y saliendo de un hospital y arrojando despectivamente la mascarilla, mientras los muertos por coronavirus se cuentan en su país por cientos de millares.
Cuatro años más de lo mismo parece intolerable.