Hace más de un año en plena pandemia, en el Liceo de Barcelona un conjunto tocó “Crisantemos” de Puccini frente a 2 300 plantas cómodamente sentadas en las butacas. El artista conceptual Eugenio Ampudia comenzó su performance; un asalto contra este mundo centrado en el ser humano. Pocos meses más tarde, otra artista honraba la presencia de dos extraordinarias flores indonesias conocidas como “corpóreas” -titanium amorphophallus y rafflesia- que tras su estudio y “usos” científicos se habían alterado los sistemas botánicos y agrícolas de la región. La italiana Rossella Biscotti parecía alinearse con la línea de la filosofía actual del “plant thinking” (pensamiento de las plantas) que reclama una intensa mirada y respeto a la vida vegetal. Y el “Altar” (2018) de otra artista -Elizabet Cerviño- no era un ara religiosa en sentido ortodoxo, sino decenas de planchas de alabastro grabadas que recogían la bruma, los perfiles montañosos, las irregularidades de natura; unas se escondían tras otras como si fuesen gestos a punto de desaparecer.
Estos y otros artistas invitados a Ecuador van en pos de una estética ecológica, cada vez más fuerte y cuyos golpeteos incómodos -sobre todo a partir de la pandemia- no hacen sino recurrir al lenguaje artístico para abrir las vías hacia el bioceno y dejar atrás la visión antropocena cuyas acciones ha generado desequilibrios humanos y medioambientales catastróficos. El peor de todos, el cambio climático, y ahora… el covid. Se habla de una vida sostenible, más justa y redistributiva. Se habla de mirar atrás y adelante simultáneamente. La nueva propuesta de la XV Bienal de Arte de Cuenca -pertinente y pertinaz- a través de la propuesta curatorial de Blanca de la Torre, vuelca su esfuerzo en apoyar el cambio de paradigmas antedicho.
Treinta y cuatro proyectos seleccionados se desplegarán en noviembre en 8 sedes de la ciudad. Se llevarán a cabo in situ, cuidando la huella de carbono; el 70% en manos de mujeres, honrando nuestro perenne cuidado por el agua y la producción de alimentos. Así lo enfatizan los ejes conceptuales: el re-conocimiento ancestral y tradicional, los eco feminismos críticos y, la celebración de las utopías tan venidas a menos a través de lo que de la curadora llama “escenarios futuribles”. Una estética ecológica -señala Katya Cazar, directora ejecutiva- que nos lleva irremediablemente a la ética, a plantearnos nuevos valores éticos.
Distancias con la edición anterior de la Bienal centrada en los artefactos semióticos, o nuevas verdades que se escapan de los medios a modo de resistencias culturales diversas. De esto se trata, cada edición debe plantear con perspicacia y sensibilidad el momento vivido y “futurible”. Son espacios políticos de gran peso a los que el Estado debería comprometer apoyo y financiamiento permanentes.