La batalla de Siria
Chile se ha pronunciado invariablemente por el cese de la violencia y por un proceso de negociación acompañado por la comunidad internacional.
Con el apoyo de Irán y del ala militar del grupo libanés Hezbollá, las fuerzas del presidente sirio, Al Assad, han conseguido recuperar zonas estratégicas que habían caído en poder de los rebeldes.
Así, la guerra civil, que ya ha dejado más de 100 000 muertos, entra en una etapa inquietante no solo para los sirios, sino para todo el Medio Oriente, con inevitables repercusiones mundiales. Con un enorme arsenal de armas químicas, Siria es un polvorín que Occidente quiere pacificar y asegurarse de que no caiga en manos de radicales o terroristas.
Assad está empeñado en no dejar el poder. Su Ejército le es leal a toda prueba, porque la oficialidad está formada por miembros de la secta alawita (una rama del chiismo) a la que él pertenece, y cuyos miembros han ocupado los más altos cargos por décadas. Al comienzo de la insurrección, en 2011, se suponía que el Ejército podía dividirse; de hecho, miles de soldados y algunos oficiales sunitas de bajo rango desertaron y escaparon al extranjero. Pero el núcleo duro de las FF.AA. y el grueso de la tropa siguen fieles a Assad y dispuestos a luchar hasta el final, porque saben que no tendrán futuro si cae el Gobierno. El respaldo de Irán es importante. Oficiales de la Guardia Republicana han entrenado a militares sirios, y peleado junto a ellos. Lo mismo han hecho miembros de Hezbollá, grupo puesto en la lista terrorista de la Unión Europea.
Con las tropas del Gobierno reforzadas, la lucha se ha complicado para los rebeldes, mal preparados y peor armados, que deben resistir y avanzar, a la espera de una ayuda internacional, esquiva. Cualquier decisión de apoyo a los rebeldes es compleja para EE.UU. y los europeos: significaría involucrarse en un conflicto de resultado incierto para la estabilidad de Siria y del Medio Oriente. Mientras la permanencia del régimen de Assad es inaceptable por las atrocidades contra su propio pueblo, el triunfo de los rebeldes -fraccionados en grupos laicos, islamistas, salafistas y otros ligados a Al Qaeda- no asegura la paz. Las divisiones entre ellos son profundas, y las seguridades de unidad que han dado no parecen posibles de materializar. Los representantes de la oposición que negocian con las potencias son los más moderados, pero ni Washington ni la UE podrán estar seguros de que las armas que donen no lleguen a manos extremistas.
Desde el inicio, Chile es partidario del cese de la violencia y una negociación acompañada por la comunidad internacional, para buscar una solución política que permita un sistema legal donde impere la justicia y se respeten los derechos humanos. Es esa salida la que se busca con una conferencia internacional a la que se convocó para "lo antes posible", pero que lamentablemente aún no se concreta.