Columnista invitado
La plena eficacia de las Fuerzas Armadas se alcanza solamente cuando los que ingresan a las escuelas de formación de oficiales y tropa, en las que deben permanecer cuatro y dos años, respectivamente, son guiados y entrenados, desde el primer momento, bajo normas de absoluto rigor, justicia y verdad, realizando esfuerzos constantes y crecientes, que no les dejen tiempo para ninguna disipación.
Durante ese tiempo y a lo largo de la carrera militar, se ha de procurar imprimir en sus conciencias la convicción de que “el militar es de la Patria y se debe exclusivamente a ella”. Una convicción que no los convierte en superhombres ni en seres mejor dotados que sus semejantes, pero sí los convence que no han de comprometerse con organizaciones o grupos políticos, gremiales, sindicales, étnicos o de cualquier otra índole, sino exclusivamente con la defensa, protección y servicio de todos los integrantes de la nación, sin excluir a ninguna persona por su condición económica, social, racial, religiosa, cultural o de cualquier otra naturaleza.
Por otra parte, es fundamental que se grabe en la conciencia de los militares una serie de valores, virtudes y cualidades que son indispensables para su correcto desempeño. Estas se sintetizan en un lema que se encuentra escrito en las murallas de los cuarteles, en los campos de instrucción y en las aulas: “Disciplina, Honor y Lealtad”.
La disciplina, entendida como el fiel cumplimiento de la Constitución, leyes y reglamentos militares, y como la obediencia respetuosa, inmediata y absoluta de las órdenes de los superiores jerárquicos, dentro de las leyes de la República. El honor, concebido como la práctica de la moral y la ética en la vida pública y privada, el decoro y dignidad en todos los actos y el cumplimiento devoto de las promesas y juramentos empeñados.
Y la lealtad, que para el superior jerárquico consiste en velar por el bienestar de sus subalternos y sus familias, por la seguridad de los mismos y su éxito en el cumplimiento de las misiones que se les encomienden, para lo cual necesitan que se les imparta la mejor preparación posible, y que para los subalternos constituye el sincero respeto que deben a sus superiores jerárquicos y el acatamiento noble y generoso de su autoridad.
Sin fe en el acierto de las órdenes de los superiores y sin confianza en la capacidad combativa de los subalternos y en su abnegación y heroísmo, se marcha al desastre. Por esto, todo buen ciudadano debe cuidar con celo que no se menoscaben la disciplina, la lealtad y el honor militares. Este es un deber cívico que atañe principalmente a quienes están llamados a preservar las instituciones fundamentales del Estado.
Una fuerza pública, madurada y fortalecida en el marco de las instituciones democráticas, constituye el mejor sostén de la seguridad interna y externa de la República.