La crónica de EL COMERCIO reseña como el oficialismo discute, modifica, escribe, reescribe consigo mismo el nuevo Código Orgánico Integral Penal. No requiere de otros puntos de vista, no le interesa posturas por fuera de él mismo. Es un ejercicio propio, exclusivo, en que no hay espacio para nadie que porte una credencial distinta a Alianza País. Si hay diferencias y contradicciones estas se mantendrán casa adentro y serán zanjadas con sanciones o silencios sumisos. Aquello lo llaman lealtad con el proyecto. La posición sobre el aborto, la criminalización de la protesta, las llamadas malas prácticas médicas, etc., se convierten en salmos para el rezo general. Los oficialistas se satisfacen solos y copian con mano diligente las órdenes de Carondelet. No hay discrepancias legítimas sino únicamente desvíos del proyecto. Los temas complejos se resuelven sin tensión manifiesta, soterradamente.
Esta forma de practicar el proceso de aprobación de leyes, no solo aplicable a lo que sucede con el COIP sino generalizado a la forma como AP entiende el papel de la Asamblea Nacional, significa un gravísimo e irreparable menoscabo del espacio legislativo y de la democracia misma. En democracia, no hay legislativo sin pluralidad, sin puntos de vista e intereses en contaste, sin conflictividad. El legislativo es precisamente el espacio para que se manifiesten y se procesen los conflictos que son consustanciales a la vida de las sociedades modernas y complejas. Pretender parlamentos exentos de conflicto, concebirlos como espacios seráficos en donde todos deben alinearse, descartar como ilegítimas las posiciones distintas, significa negar su esencia. Ganar elecciones y alcanzar los votos suficientes hasta para cambiar la Constitución no autoriza a ninguna mayoría a desestructurar a la institución democrática por excelencia, que existe para expresar la pluralidad de la sociedad entera.
Con aproximadamente el 54 por ciento del voto popular, el oficialismo se adjudicó el 73 por ciento de los escaños legislativos de la actual Asamblea. Aquello fue una artimaña de su sistema electoral, no una decisión del soberano. ¿Quién habla entonces por el 46 por ciento restante? ¿Por qué quienes representan a ese segmento social no son escuchados? Los líderes del oficialismo han perdido perspectiva de que no representan a toda la sociedad, de que solo expresan una parte de ella; perdieron la visión de que no son la personificación del Estado ni del bien común; de que su Constitución, que la cumplen selectivamente, cantos, eslóganes, Yachays, buen vivir y gritos de guerra, no expresan lo que somos todos. Han perdido piso de la realidad, de sus límites, de la finitud del poder, y entienden la política como un ejercicio irrestricto de autosatisfacción.