Cuando salen a la luz pública los crímenes cometidos sistemáticamente por individuos que a través de distintos artilugios han conseguido mantenerse por décadas en el poder, resulta incomprensible entender las razones por las cuales la comunidad internacional se abstuvo de denunciarlos oportunamente, a fin de ejercer la presión necesaria para evitar que se siga humillando y sojuzgando a esos pueblos, víctimas de acciones viles impensables a estas alturas de los tiempos. Las informaciones sobre los excesos del régimen de Gadafi, las torturas y asesinatos cometidos por el Régimen sirio, por señalar las dos últimas muestras de fechorías que copan la atención mundial, son prueba que, aún en los países denominados desarrollados, escasea la moral si de por medio se encuentran jugosos intereses económicos o geopolíticos que hubiesen corrido el riesgo de perderse si, a su tiempo, no habrían sido tolerados por aquellos que se beneficiaban de esas transacciones. Los villanos dejan de ser tales cuando se convierten en amigos o aliados que se encauzan en un proyecto común.
Si aquello es execrable cuando las razones que priman son las meramente crematísticas, es inentendible que los que se dicen ser de ideologías de avanzada converjan a favor de esa clase de regímenes, por el simple hecho que momentáneamente sus intereses sean comunes. No basta que converjan en las antipatías hacia terceros, ya se traten de países o de sistemas políticos, para con su silencio avalar y legitimar regímenes que son una verdadera vergüenza para la humanidad.
¿Cómo se puede tratar con alguien cuyas manos están ensangrentadas por torturar y asesinar en cárceles a disidentes? ¿De qué manera se puede tener de aliado a un sujeto que disponía de la vida de sus ciudadanos poniéndolas a su servicio personal, de sus familiares y allegados? ¿Es posible tener tratos con individuos a los que se les ha encontrado verdaderas fortunas en bancos occidentales cuando sus pueblos han permanecido viviendo en condiciones ínfimas? Los países y sus dirigentes deben defender, sin miramientos de ninguna clase, los derechos humanos de las personas y denunciar cuando sea el caso los excesos que se cometan en cualquier país del orbe.
Abrazar causas en defensa de la vida, sin importar el sello político del Régimen o el gobernante que cometa afrentas en su contra. Se requiere actuar con coherencia y apegado de manera fidedigna a los más altos principios producto de siglos de evolución. No hace bien a la credibilidad de un político hacer panegíricos a favor de los derechos de las personas y por otro lado aliarse o dar voces de aliento a regímenes que han hecho del terror y la represión su sistema de gobierno. La ventaja es que en esta materia siempre hay tiempo para rectificar y, si no se lo hizo, ante las nuevas evidencias siempre es posible tomar distancia de personajes tan nefastos que dejan una estela de sangre en cada hoja de su historia local.