Hoy, mientras escuchaba un programa sobre política, los invitados, que obviamente opinaban sobre asuntos políticos, expresaban con vehemencia su repudio a la política y a los políticos. Puede parecer irónico, pero no lo es, y más bien muestra, por un lado, el poco conocimiento de lo que en realidad es la política y, por otro, la profunda animadversión que genera su ejercicio cuando no es ético, lo que causa también desafección por la democracia que, a su vez, nos puede conducir, como en la historia reciente, por el derrotero de los populismos autoritarios.
Pero ¿qué es entonces la política? En una definición ya clásica Max Weber entiende a la política como “la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos estados o, dentro de un mismo estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen […]. Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al ‘poder por el poder’ para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”. De esta forma, el ejercicio de la política puede ser bueno o malo dependiendo de quien lo realice o para qué.
En esa medida, la ética y la política no son lo mismo y así nos lo recuerda Maquiavelo cuando, separando la moral cristiana de la moral política, nos dice que en esta última hay ocasiones en que se debe hacer un “mal” (que dependerá de la perspectiva de quien lo mire), pero que deberá evaluarse a la luz de sus intenciones y consecuencias. A veces, para hacer el bien, se deberá recurrir al mal nos decía también Weber. Por eso la política es el arte de lo posible, que busca lograr lo más que se pueda con las herramientas que se tenga, pero con un objetivo claro: el bien común sobre el individual o de grupo. Ahí es cuando entra la ética en juego.
Así, el discurso político puede estar plagado de buenas intenciones, como el crecimiento de un país, la mejoría de la calidad de vida de la gente o el respeto a los derechos, pero si el resultado es todo lo contrario, con despilfarro, corrupción rampante, perseguidos y silenciados, como en la “década ganada”, por ejemplo, no tenemos ahí el resultado de la política, sino el de un ejercicio poco ético de ésta.
Cuando Julio César Trujillo, un político, asumió, junto con el Cpccs transitorio, la tarea de institucionalizar el país, hizo cosas que no a todos gustaron, fue criticado y denostado, acusado de ser aliado de una facción o de otra y, sin embargo, si vamos a los resultados de su gestión y los comparamos con los de la “década ganada”, nos encontramos con un país bastante mejor del que dejaron Correa y sus secuaces, sin ser perfecto, claro. Esa es la política cuando el objetivo es el bien común. Esos son los beneficios de la política. No la repudiemos.