El presidente Lula da Silva aprendió lo que los Sarney conocen desde su nacimiento: en una disputa electoral solamente es prohibido perder. Así resume en un artículo de opinión el columnista Augusto Nunes, de la revista Veja.
La campaña electoral comenzó aburrida, sin escándalos, pero con una leve ventaja para el candidato del PSDB José Serra sobre la oficialista Dilma Rousseff, una ex guerrillera que quiere continuar la obra de Lula, el carismático fundador del Partido de los Trabajadores (PT) que el 1 de enero del 2011 completará ocho años en el poder.
Y que seguramente continuará otros cuatro y así sucesivamente hasta que surjan nuevos líderes con ideas renovadas y promesas redentoras.
El triunfo de Serra era inminente si es que las elecciones se hubiesen efectuado en marzo o en abril, pero son en octubre, tiempo suficiente para que el PT retome lo que mejor sabe hacer: campañas electorales.
En eso se ha pasado Lula toda la vida, desde que surgió como líder de los sindicatos metalúrgicos de la periferia de Sao Paulo. Incansable, constructor de barricadas, organizador de prolongadas huelgas de hambre contra las dictaduras militares, así fue la trayectoria política de Lula.
En el poder no se apartó de la línea ortodoxa de una economía que también funcionó bien durante los dos gobiernos seguidos de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. En el ejercicio del poder fue cauteloso, cometió muy pocos errores y el resultado es que en la actualidad cuenta con más de 70% de aprobación a su gestión.
En este punto es que aparecen los estrategas políticos del PT para marcar la diferencia entre Rousseff y Serra. El socialdemócrata es un político preparado, de hecho derrotó en Sao Paulo, el mayor estado de Brasil, a Marta Suplicy, una de las políticas más mimadas de Lula y del PT.
Pero Rousseff no tiene las mismas características ni virtudes de Suplicy y por eso Lula, el dueño absoluto del PT, entró a la campaña para apoyar a su candidata y remontar la desventaja que tenía tres o cuatro meses atrás.
En un gesto de libertinaje electoral, como afirma el analista Diogo Mainardi, atropelló todas las leyes para traspasar su carisma a una candidata que no habla mucho, que tiene un discurso discreto, con poco sentimiento y llanto, como sí ocurre con Lula.
La candidata de Lula aparece para animar la campaña, como cuando acusó a Cardoso y a su esposa por sus finos gustos gastronómicos. Mainardi dice que Dilma nunca habla porque nadie sabe lo que ella piensa.
Dilma Rousseff acompaña ahora a Lula o Lula acompaña a Dilma por todo el país. Viajes que cuestan caro pero que, siguiendo la premisa de los Sarney (una de las familias más poderosas de Brasil) hay que hacer todo lo posible para no perder una elección.