¿Qué estudiarás en la universidad? Medicina… responde el bachiller. ¿Te gusta medicina?… Más o menos. ¿Y, por qué medicina?… Para hacerme cirujano plástico y ganar pronto, mucha plata. Hace 30 o 40 años, la respuesta hubiera sido distinta: Quiero ser médico por vocación, salvar vidas y ayudar a los demás.
El sentido social y ético de las profesiones se ha deteriorado. El brillo del dinero ha enceguecido a más gente, a varios políticos de izquierda y derecha, también. La política no es una oportunidad para servir, es trampolín para robar legalmente.
Siempre hubo ambición desmedida. Es parte de la condición humana. No robarás, decía uno de los mandamientos. La diferencia con la contemporaneidad es el descaro y la velocidad del enriquecimiento.
Sí, el fenómeno tardo moderno es la aceleración, hacer más cosas, en menos tiempo. El camino pausado de estudiar largos años, acopiar experiencia, hacer carrera y prestigio y luego, rayando la madurez, comenzar a cosechar los frutos, con mejores entradas económicas, ya no tiene sentido para una parte de las nuevas generaciones de clases media y alta, que sin mayor esfuerzo, que afiliarse a un partido, se vieron catapultadas a puestos altos de una burocracia más gorda.
¿Cuánto mal ha hecho el derroche a los jóvenes de AP, que en estos nueve años disfrutaron en cargos de más de USD 3 000, inalcanzable para generaciones pasadas?
La fiebre del dinero rápido y fácil golpea a todas las clases, relativizando caminos como los de la educación: ¿Para qué estudiar, pensarán algunos jóvenes, sin trabajo ni universidad, si puedo tener plata y fama, con el narcotráfico? Hoy el prestigio social no va ligado a la honradez. Los abuelos y los padres nos decían: la mejor herencia, a más de la educación, es dejarte un apellido limpio. Hoy, ser honrado es ser pendejo.
Los corruptos, con cinismo, exhiben el fruto de sus mañas. Es el triunfo del capitalismo salvaje, del individualismo extremo, de la impunidad y de aquella educación que forma piezas para la producción y el mercado.
Las religiones y tradiciones ancestrales son menos escuchadas. Las familias tragadas por la urgencia de la sobrevivencia. La misma democracia induce a la corrupción, obligando a quien desee hacer política, a tener mucho dinero para solventar las costosas campañas, poniendo a los políticos honestos a merced de las grandes billeteras, de empresas, bancos o del crimen organizado, que ofrecen sus ‘ayudas’, para después cobrar.
La mayor corrupción es el éxito del Estado populista, que emboba a las masas y fractura a la sociedad para impedir contrapesos, y acumula poder para eliminar la fiscalización. Pero, subsiste una reserva democrática, ética y moral. Aparecerá con fuerza en el voto del 2017.