Veinte años después de la II Guerra Mundial, un país vencido y luego ocupado emergía como una potencia económica mundial. Sus productos industriales, que pocos años antes se consideraban de baja calidad y corta duración, se buscaban como los mejores. Los equipos de alta precisión como radios, cámaras, instrumentos, y sobre todo los vehículos eran ya reconocidos como superiores a los de los tradicionales países productores de alta tecnología.
Hacia los años sesenta y setenta, el “milagro japonés” era un hecho. Un pueblo oriental de misteriosas costumbres, pero de un ejemplar sentido del trabajo, orden y responsabilidad, había superado la derrota y con grandes sacrificios se colocaba como una potencia industrial de primer orden y la segunda economía del mundo. Sus marcas eran símbolo de calidad, sus bancos sólidos y sus niveles de crecimiento los mayores.
Este escenario económico ampliamente reconocido, sin embargo, contrastaba con la realidad política que muy pocos conocían. En Japón, el sistema de gobierno conservaba muchos de los rasgos que caracterizaron la dictadura militarista que llevó al país a la guerra y se asentaba sobre un esquema de poder basado en el clientelismo y la escasa representación.
El conservadorismo y el temor a la amenaza comunista mantuvieron en el poder al Partido Liberal Demócrata por más de medio siglo. Resistió los enfrentamientos internos, la corrupción, el peso de los intereses privados. En medio de escándalos llegó al gobierno el carismático Junichiro Koizumi, que dimitió en 2006, luego de casi cuatro años en el gobierno y dejó una situación de inestabilidad política que se ha mantenido hasta el presente.
Y es que a Japón también le llegó la crisis económica. Tiene una gigantesca deuda pública que duplica el PIB; demanda una reforma de la seguridad social, que no parece fácil de hacerse; necesita mejorar la calidad del trabajo que ofrece a los jóvenes, que aunque estudien mucho ya no tienen expectativa de un empleo bueno; debe reducir el número de pobres, que llega a un sexto de la población. Hay ahora un anti-milagro japonés.
El año pasado ganó las elecciones el Partido Demócrata y con ello se abrió una gran expectativa de cambio luego del largo predominio liberal. Pero en pocos meses el primer ministro Yukio Hatoyama ha tenido que dimitir. Ahora se ha hecho cargo su viceprimer ministro y encargado de la cartera de Finanzas, Naoto Kan.
Hay cierto optimismo con el nuevo primer ministro, que representa un cambio de estilo en la política nipona, dirigida por antiguas y poderosas dinastías. Es un hombre que se ha hecho a si mismo y puede romper con algunos rasgos del pasado. ¿Pero no será que lo que hace falta es una transformación estructural que va mucho más allá del relevo de las personas?