A momentos me sentía envuelto otra vez por el aire siniestro de ‘2666’ o por la misteriosa zona cero creada por Roberto Bolaño en ‘Los Detectives Salvajes’. Después imaginé que volvía a la macabra y magistral historia de Juro Kara ‘La Carta de Sagawa’, que relata la historia de un estudiante japonés que, en un exceso de amor, mató a una joven artista holandesa y devoró buena parte de su cuerpo. Pero también regresé por instantes, en breves mensajes subliminales, al París de la Maga y Oliveira, y a los entresijos de una prosa magnética como la de Cortázar.
‘El Jardín de los Amores Caníbales’ es la nueva y exquisita novela del escritor Juan Pablo Castro Rodas (Cuenca, 1971), que acaba de ser publicada en una bella edición por la editorial Doble Rostro.
La obra habría nacido de una frase mágica que escuchó el autor hace tiempo ya, en circunstancias aún no esclarecidas del todo, a una muchacha que se encontraba a su lado en una piscina de aguas termales: “Parece El jardín de las delicias…” – habría dicho ella-, y él, que siempre se encuentra alerta ante todo tipo de detonaciones, se situó inmediatamente en la maravillosa y compleja obra de El Bosco para esbozar lo que tiempo después se convertiría en una novela que gira alrededor del mundo de varios personajes rotos o a punto de romperse, con múltiples historias tan intensas como desgarradoras y apasionantes.
“Parece El jardín de las delicias, me dijo. Y era cierto: decenas de personas sumergidas hasta la mitad del cuerpo en las aguas termales, inmóviles, dejaban que el tiempo, en un breve estado de quietud, detuviese su marcha incesante. Entre el vapor, podían verse cientos de brazos velludos y barrigas perladas de agua volcánica, miles de cabezas flotando mansamente…”.
Bernando, Octavio, Ofelia, La Amarilla, Isolina o Ulises, entre otros, son los personajes de ficción de esta novela que entreteje sus historias quebradas como la misma ciudad de Quito, escenario principal de una obra que brinca entre continentes tal como lo hacen sus protagonistas. Sin embargo, apenas el lector se sumerge entre sus páginas, se encuentra con que varios de estos personajes bien podrían estar inspirados en seres reales que pertenecen o pertenecieron al mundillo intelectual y social de la ciudad. Allí, convergen sus desventuras poéticas y tropiezos políticos, y se descubren, quizás, sus devaneos o amores prohibidos, sus desvaríos y refriegas en medio de una sociedad puritana que en su gran mayoría les repele.
El canibalismo exacerbado de los amantes, presente en la novela con gran riqueza narrativa, es tal vez el punto más alto de una obra redonda marcada por las vidas deshilachadas, surcadas de cicatrices, de todos sus personajes, en especial de aquel que se parece tanto al autor, que narra con voz descarnada y con la prosa de una pluma elegante, sólida y contundente, sus historias más íntimas y sensibles, entrelazadas con sutileza en una historia mucho más amplia que la de su propio jardín.