Una de las pasiones más dominantes del ser humano ha sido siempre el dinero. Una vez que pasa el lindero de la satisfacción de todas las necesidades se hace riqueza. El pueblo judío, en ausencia de su líder Moisés, adoró un becerro de oro. Mateo, el evangelista, afirma que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios”. Si bien este principio religioso es parte de la cultura occidental, al llegar al ejercicio del poder en cualquier país del mundo, se convierte en el eje del enriquecimiento personal y familiar, empobreciendo a sus pueblos. Así, el coronel Al-Gaddaffi en 1969 asumió el poder en Libia a nombre de un Consejo Revolucionario que terminó la monarquía, y hasta su muerte en octubre del 2011 sumó una fortuna de USD 140 000 millones en bancos de Suiza y otros países. Le sigue con USD 70 000 millones Hosni Mubarak, el dictador egipcio hasta hace dos años. La cifra de USD 45 000 millones es de Bashar Al Assad, heredero del poder de su padre cuya dinastía tiene 40 años, y lleva dos de guerra civil durante los cuales han muerto 70 000 personas y desplazado a un millón de refugiados. Ese el precio humano para aferrarse al poder. Otra modalidad es el control de la economía que practicó el presidente de Túnez, Ben Alí, hasta su derrocamiento.
En América Latina bajan esas cifras hasta hacerse modestas en quienes ejercen el poder. En Argentina Cristina Fernández viuda de Kichnner tiene menos de USD 40 millones. De otros presidentes o dictadores sus riquezas son secreto de Estado, como Fidel Castro de Cuba, Daniel Ortega, de Nicaragua y Hugo Chávez de Venezuela, quien a su muerte ha dejado USD 2 000 millones en bienes familiares, según una fuente estadounidense.
Han s ido esas cifras descomunales las que muestran la corrupción. Se apropiaron de la riqueza colectiva de sus pueblos para distribuirla en su beneficio, de familiares y de quienes formaban el anillo del poder absoluto, destruyendo las posibilidades de las masas para cubrir sus necesidades básicas.
Esa acumulación de riquezas es el máximo desequilibrio al que llegan ese tipo de líderes, empobreciendo a millones de seres por la falta de fuentes de trabajo, a la par que llenan de millares de burócratas al servicio del Estado concentrador de empresas claves de la producción. Además, sus presupuestos anuales deficitarios son financiados con creciente deuda externa e interna debilitando la economía nacional, lo cual les facilita continuar en el ejercicio despótico personal, familiar y vitalicio del poder político. Cuba socialista con 54 años en el poder de la familia Castro y Venezuela en 14 años de poder absoluto de Hugo Chávez, lo confirman.
Este sombrío panorama de ejercer el poder a través del partido único ha destruido las bases de la democracia y ha abierto los cauces del enriquecimiento ilícito.