Alfredo Vergara
“En la vida hay muchas cosas -un buen libro, un amante o el cáncer- que solo son importantes para quienes las poseen. Pero en el caso del dinero, parecería ser que es mucho más importante para quienes no lo poseen”, nos dijo al comenzar una de sus clases el muy recordado profesor canadiense, John Kenneth Galbraith.
La frase no era nueva, Galbraith ya la había expresado en alguno de sus numerosos libros. Pero en esos días, en el mundo académico y en toda la prensa, se rememoraba el hecho de que -una década atrás- el Presidente Richard Nixon había decidido romper el compromiso asumido por Estados Unidos de respaldar cada Dólar emitido, con la treintaicincoava parte de una onza troy de oro.
La decisión de declarar terminado el ‘Patrón Oro’ –como también se denominaba ese compromiso- había generado una serie de funestos vaticinios que pronosticaban un muy cercano fin del Dólar como moneda de uso internacional. Sin embargo, diez años después -al comenzar la clase de Galbraith- el Dólar seguía siendo ‘la principal moneda del mundo y la más segura’.
Con esos antecedentes, los casi noventa minutos que faltaban para que termine la clase, los dedicamos a tratar de descubrir cuál era el secreto que permitía que el Dólar continuase siendo tan apetecido, aunque ya no era nada más que un simple pedazo de papel verde, al que se le había quitado todo su respaldo en oro.
La incógnita principal, desde luego, se centraba en el hecho de que en el mundo existían otras monedas igual de seguras y cuyos países no habían roto ningún acuerdo internacional. Por ejemplo, la Libra Esterlina, que era la moneda en uso más antigua del mundo; el Rublo, que desde los inicios del Siglo XX había reinado en los 15 países que constituían la inmensa Unión Soviética; el Yuan y la Rupia, que juntas eran utilizadas por más de la mitad de los seres humanos; el Yen¸ que por más de dos siglos había impedido que ninguna otra moneda ingresase al Japón; y, el Marco, el Franco, la Lira, el Florín y otras monedas muy bien cotizadas en sus propios países antes de que apareciese el Euro. No obstante y a pesar de la quiebra del ‘Patrón Oro’, ninguna de esas monedas había logrado rivalizar con el Dólar como divisa mundial.
No recuerdo si en aquella clase logramos alguna respuesta de consenso, han pasado tantos años. Pero desde entonces siempre he creído que el Dólar es la moneda más confiable porque sus políticas son las más transparentes: el gobierno americano siempre anuncia cuantos dólares emitirá y cuál será el nivel de su deuda, a que tasas, a que plazos y en qué condiciones.
Y quizás una dosis de transparencia es lo único que falta para que nuestro opaco dinero electrónico comience a funcionar.