La crisis económica actual –nunca bien ni oportunamente dimensionada- pretende comerse otra presa, la educación pública. Suena a inconsecuencia, insensibilidad, suicidio político. El tema se analiza desde varios flancos y ha saltado a la calle. Aquí se reflexiona no solo sobre la educación sino desde lo educativo. Fisurar la educación es también un enorme desatino educativo, un pésimo mensaje pedagógico.
Partimos de negar el mito socialmente instalado… “no hay de dónde sacar más plata”. Pocos creen a estas alturas el cuento. Hasta los economistas duros saben que hay alternativas. Aquí van 4, no muy finas técnicamente ni inmediatas. Surgen de lo que piensa mucha gente. En la calle, entre amigos, en familia, en las redes.
Cobrar a los saqueadores. Fondo inmenso que parece escaparse entre los dedos. Pero es posible y hay ejemplos. Lograrlo sería un gran aporte económico. Y un mensaje edificante para que la escuela vuelva a creer en la justicia, la transparencia, la rectitud. Y aprender sobre ellas, como piden los planes de estudio.
Achicar la Asamblea a la mitad. Cada asambleísta representa un alto costo porque no actúa solo. El consenso social sería impresionante. Asistimos a uno de los peores colectivos de honorables, con escasas excepciones. Los jóvenes que se educan volverían a apreciar el valor de ser competentes, eficientes, de vivir para alguien más que uno mismo.
Disminuir el servicio exterior. Un diagnóstico fino nos mostraría cuánto derroche se acumula más allá de la frontera. El servicio está sobredimensionado e incluso financia a sórdidos personajes adversos al gobierno. El mensaje a las escuelas… vale la pena la consecuencia entre el decir y el hacer, la autenticidad, la austeridad.
Afectar los subsidios. A los sectores de mayores ingresos. Los estudios demuestran cómo la mayoría de subsidios benefician a los grupos poderosos. Hay mecanismos probados para no afectar a las mayorías. El mensaje pedagógico sería nítido: la búsqueda de la equidad no es quimera, aún le queda aire y defensores.
Sabemos que el dinero no es todo (también se hicieron barbaridades con mucha plata en aquella década) pero es un soporte indispensable. Y en educación hace mucha falta. Dos ejemplos: el déficit de docentes suma algunos miles; la conexión a internet aún no llega a la mitad del sistema. Mejor ni imaginar los rostros infantiles afectados en su desayuno escolar, en textos, en gratuidad. Hablamos de los mismos niños que aparecen abrazados en las fotos de programas sociales.
Las platas no son del gobierno, ni del presidente, ni de los ministros. Tienen destinos que no admiten regateos ni negociaciones. Las platas llegaron a sus manos para ser devueltos a sus dueños, para ser repartidos con justicia, para enterrar las miserias que no han terminado… En el mundo carenciado de la educación, cada sucre vale oro.