Cargamontón es lo que le hacen al futbolista que mete un gol decisivo en el momento crucial. Cargamontón es lo que le hacen los amigos al compañero por alguna ocurrencia o desatino… La expresión casi siempre evoca hechos un tanto festivos y cotidianos. Y tiene como estrella a la persona que soporta los numerosos y cariñosos pesos que le llueven encima. Que presionan, que quitan el aire.
Como ocurre con muchas expresiones sabrosas de nuestro lenguaje, tienen la ductilidad suficiente para trasladarse a otras esferas.
En la política, por ejemplo, cargamontón sería la inmensa lista de denuncias de corrupción que le llueven a la fiscalía (sin comentarios). O en la economía, cargamontón sería, caer con todo al sufrido pueblo para superar la crisis causada por otros (no precisa comentarios).
En el campo educativo, la expresión nos calza como anillo al dedo para describir la presión actual a la escuela. A la escuela, entendida como expresión del sistema educativo. Pues sí, a esta escuela le estamos haciendo cargamontón. Desde hace varios años. Y en forma creciente.
Es cierto también que a la escuela la hemos convertido en la estrella de todos los cambios, podría incluso transformarnos en tigres asiáticos. Pero sobre todo, le culpamos de las desdichas.
Si la violencia aumenta, la escuela no ha formado en cultura de paz. Si la corrupción campea, la escuela no ha trabajo la ética con suficiencia. Si la democracia patojea, la escuela ha mirado para otro lado. Si las familias cambian de color, la escuela no ha sembrado bien los valores. Estrella y chivo expiatorio. Pobre escuela.
A pesar de las culpas por incompetente, no dudamos en cargar a la escuela más deberes. Delegaciones de la familia e instituciones que les permiten desentenderse. Y tener a quién culpar.
La escuela, a más de lidiar con un currículo enorme y extraño, debe atender la moral y salud de los chicos; organizar sus tiempos libres; celebrar las fiestas profanas, religiosas e interculturales; proteger el ambiente del entorno; montar operativos de seguridad; armar escuelas para padres; inventar festivales de lectura; fomentar la educación vial; repetir simulacros por si acaso… La escuela, la escuela.
Todo indica que la escuelita ya no jala. El cargamontón se siente. La mayoría se resignan. Y cumplen mal los pedacitos de cada misión gloriosa que le encargamos. Es cierto, la escuela sigue en pie. Pero se la ve fatigada, mustia, acoquinada, desconcentrada, medio depre, dando tumbos.
Otro cargamontón y a lo mejor revienta…
El tiempo de la escuela todopoderosa se está terminando.
Es tiempo de echarle una mano, no para enchufarle más pesos sino para sumarle cómplices.
Para invitarle a romper sus muros. A aceptar que los aprendizajes nos llueven por todas partes y que por eso convendría verla más dialogante, más contaminada de vida, más enredada con otros actores e instituciones.