La Dolarización ya cumplió 19 años de existencia. Tiempo suficiente como para mirarla con ojos de águila: desde bien alto y en perspectiva.
La dolarización fue una consecuencia directa del petróleo que brotó en nuestro subsuelo allá por el lejano 1972. Desde entonces, recordemos, los ‘petrodólares’ han estado continuamente vinculados a algún tipo de subsidio.
Esos subsidios -por lo menos los tres primeros- fueron bautizados por la gente con un nombre propio, el cual siempre supo reflejar su principal objetivo. El primero fue decretado en 1983 y se denominó la “sucretización de la deuda”, en honor a que por su intermedio se logró que una inmensa deuda en dólares que habían adquirido 430 audaces ciudadanos, pase a ser pagada en su totalidad por el Estado; mientras que, en tímida contraparte, los deudores originales se comprometían a devolver al Estado y en siete años, un monto previamente fijado en sucres.
El segundo subsidio fue conocido con el nombre de “el salvataje”, el cual fue establecido mediante una norma dictada en 1994 de inofensiva apariencia, pero que en el fondo concedía a los banqueros la facultad de auto prestarse los depósitos que sus clientes les habían confiado; facultad que fue ejercida de manera masiva y a través de préstamos abiertamente incestuosos unos y solapadamente narcisistas otros. La mayoría de esos auto préstamos, desde luego, fueron utilizados para comprar dólares; modalidad que logró funcionar por casi una década.
El tercer gran subsidio se denominó “feriado bancario”; un insólito mecanismo que -en la práctica- permitió a los bancos mantener cerradas sus puertas y congelados sus depósitos en sucres a lo largo del año 1999, a fin de que los depositantes no puedan retirar su dinero mientras el gobierno día a día lo devaluaba.
Como el atento lector ya habrá deducido, esos tres subsidios operaban bajo el mismo mecanismo: primero, el gobierno permitía que los beneficiados adquieran dólares en base a deudas contabilizadas en sucres; segundo, el gobierno promovía la devaluación del Sucre y -en consecuencia- la revaluación del Dólar; y, tercero, con cada nueva devaluación, la deuda de los pocos beneficiados se reducía y su riqueza en dólares se incrementaba.
Pero ese perverso mecanismo se tornó demasiado visible cuando llegó el fin del Siglo XX y el gobierno aún no podía ordenar el fin del feriado bancario. Si lo hacía, la gente se hubiera lanzado a vaciar los bancos.
Así, la única salida a esa profunda crisis de confianza era anunciar que la devaluación se terminaba para siempre, porque también se eliminaba para siempre el Sucre y, a cambio, a todos se entregaba como moneda propia el Dólar. El anuncio se lo hizo en el noveno día del Siglo XXI.