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Viajero a la semilla

A diferencia de Marcel Proust, aquel refinado sensualista que desenredó los hilos de su memoria “en busca del tiempo perdido”, Alejo Carpentier siempre será ese viajero culto que desanda el camino a la caza de “los pasos perdidos” de la humanidad, el hurón que desciende a la semilla, el caminante que pesquisa las raíces de la vida.

El tiempo, ese gran río de la metáfora de Heráclito, jamás dejará de correr hacia el futuro. No obstante de ello bien podemos, en alas de la memoria, remontar el torrente de los días hasta llegar a las remotas fuentes que lo alimentan. Gracias a la memoria soy este caminante inmóvil; aquel que, desde el ahora (este instante de mi conciencia) retorno al pasado, me hundo en lo insondable de sus abismos y extraigo la madeja de los recuerdos, reminiscencias dormidas, hebras enzarzadas en banales días.

En esos ecos del tiempo, en esos juegos de lo mudable Carpentier instala la arquitectura de sus relatos y novelas, laberintos por los que discurren sus historias. El fluir de la corriente será lineal para la fábula, circular para la memoria. El tiempo es el gran protagonista de las novelas de Carpentier. La vida y los personajes se hallan inmersos en un corsi y recorsi semejante a las olas en la playa marina. Siempre será el tiempo que borra los relojes, el que retrocede a los orígenes, a la causa de donde partió un proceso. Tal es el asunto de “El viaje a la semilla”, historia en la que se vive el tiempo al revés, desde la senectud hasta el nacimiento. Lo mismo ocurre en “Los pasos perdidos”, novela en la que el protagonista va en busca de un instrumento musical primitivo para lo cual paulatinamente irá dejando atrás la civilización tecnológica del siglo XX para internarse en parajes cada vez más lejanos, cada vez más arcaicos, en selvas originarias hasta que, al fin, hallará el codiciado objeto en una aislada tribu sumida aún en la oscura noche neolítica. Años después, Carpentier hablará de su creación: “Fui en busca de ese algo entrañable, la naturaleza americana, la del Génesis, la del Popol Vuh, la del Sexto Día de la Creación… Esa naturaleza primaria, caótica, grandiosa, existe y sería absolutamente vano intentar una interpretación de América sin tener en cuenta esos factores de naturaleza intacta”.

En estos y otros relatos Carpentier recupera el tesoro de no pocos mitos de origen, experiencias arquetípicas y milenarias. Es el descenso a las profundidades del subconsciente, no solo al personal e íntimo, sino además al colectivo, a ese subconsciente del hombre contemporáneo que vive un angustioso presente y, a la vez, el atávico peso de todas las vicisitudes de la historia. Un psicólogo como Yung interpretaría todo esto como un frustrado anhelo del Yo por retornar a la madre, un impulso hacia lo uterino que no es sino ir en busca de la fuente originaria, la madrecósmica.