De pie, frente a un ventanal con vistas a La Carolina, cuento 23 buses provinciales aparcando en uno de los estacionamientos que tiene ese parque. Son casi las tres de la tarde del viernes 30 de septiembre. Cientos de personas con camisetas verdes salen ordenadamente de aquellos vehículos y se agrupan alrededor de los árboles más cercanos. Salgo del edificio donde estoy y camino hacia allá.
En su mayoría, los buses provienen de Guayas y Manabí aunque también veo cooperativas de Tungurahua y Bolívar. Esquivo una abigarrada parafernalia de banderas y pancartas con frases como ‘Poder ciudadano’ y otras más trilladas como ‘Patria o muerte’ hasta llegar a un grupo de unas 20 personas de mediana edad –tendrán entre 40 y 50 años– que se toman unas fotos de grupo.
¿De dónde vienen?, les pregunto. De Yaguachi, me contestan. De Yaguachi ¿provincia del Guayas?, vuelvo a preguntar. ¡Síiiiii!, me vuelven a responder, esta vez en coro y con risas. Me acerco un poco más para hablar con el líder del grupo. (Asumo que es líder porque le vi explicando cómo debían hacerse las fotos y porque lleva una foto enorme del presidente Correa que dice ‘Voluntad del pueblo’. Es un señor de lentes gruesos que tendrá unos 50 años y le faltan algunos dientes. Se llama Genaro).
Hicimos un viaje de 8 horas para llegar a Quito –dice don Genaro– y apoyar al señor Presidente. Nos regresamos apenas termine el acto. Sí es un poco cansado pero ya estamos acostumbrados. Todos los compañeros apoyamos al señor Presidente porque él nos dio trabajo. A mi edad es difícil encontrar trabajo. Laboro para el Gobierno de la revolución ciudadana, señor. Hago labores comunitarias o lo que me pidan. Oiga, ¿y ud. por qué pregunta tanto?
Es tiempo de despedirme, me digo a mí mismo. Camino un poco más por los alrededores y regreso al edificio de donde salí. Toda esa actividad febril de personas extendiendo cobijas para acostarse o montando pequeñas carpas donde comer o jugar cartas me trae a la memoria las ‘Aldeas Potemkin’, ese grupo de trashumantes que uno de los aduladores de Catalina la Grande –el Mariscal Potemkin– organizó para que fueran vitoreándole a donde ella se dirigiera.
Este recurso demagógico sigue vigente en Ecuador. ¿Qué clase de ego ordena movilizar a miles de personas de todas partes del país para que participen en un acto de tristísima recordación? ¿No bastaba ordenar a los empleados públicos de Quito que fueran a la Tribuna de los Shyris para que se viera que este Gobierno tiene un ‘gran apoyo popular’? ¿Es legítimo exigir a estas personas que realicen largas jornadas de viaje y esperen horas a la intemperie solo para que las autoridades reciban los vítores que necesitan?